Refugiados · 23 de agosto de 2015

    Hemos entrado en su casa, y nos han ofrecido té.
    Detesto el té, pero lo acepto.
    Y hablamos en castellano, en inglés, ellos con palabras sueltas de su idioma.
    Para alguien como yo, esencialmente mío, todo esto es extraño.
    Nos tratan como si fuéramos familia, y no lo somos.
    También es familiar. Nos tratan como yo nos trataría.
    Pero aquí sólo soy alguien que escucha.
    La huida en su país, la huida de su país, la muerte y la huida.
    Los campos de internamiento, los campos de concentración.
    (Nota: el mundo.)
    Afuera es de noche, y no corren peligro.
    Están en un rincón de mi ciudad, lleno de leyendas.
    Yo estoy en sus palabras y más en el discurso y la memoria de sus ojos.
    No puedo hacer mucho. Compartir su té.
    Así que bebo su té y su dolor.


    Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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