Defensa de Madrid · 5 de noviembre de 2016

Madrid empieza por noviembre: combate en la Casa de Campo, contraataca y se retira hasta el Clínico y el Parque del Oeste. No retrocede más.

La Ciudad Universitaria ha quedado destruida, y Moncloa se cierra con un laberinto de trincheras. Es la primera victoria del mundo, aunque el mundo no lo quiera saber; o por lo menos, es la primera gran victoria, porque las montañas del fondo han visto muchas durante el verano, a fuerza de coraje.

Allí, como aquí, hay cumbres y valles de cuerpos.

Acabará ese año, 1936; pasarán dos más y llegarán los traidores. Venderán la ciudad y a los pueblos que luchan por ella. Destruirán la República con un golpe de Estado. Conscientes o no de lo que han hecho, pondrán la primera piedra de la Cruz de los Caídos y convertirán Moncloa en un monumento al fascismo que seguirá en pie ochenta años después, ejerciendo de advertencia simbólica por si la aniquilación de la cultura española no fuera, como parece, absoluta.

Y lo parece, sí.

Ya no queda nadie de entonces. Yo conocí a algunos. Caminaban sujetos a un hilo rojo de poetas, guerrilleros, dramaturgos, novelistas, sindicalistas, científicos, pintores, profesores, siglos de rebelión contra la tiranía. «Cualquier cosa antes que perderlo —venían a decir—. Se rompió un día de marzo y, si no lo agarráis, si no os hacéis a partir de él, no entenderéis nada.»

Madrid empieza por noviembre, frente a la puesta de sol. A su defensa acuden miles y miles, y en su defensa mueren miles y miles. Hoy, sólo se acuerda ella; o casi sólo.


Madrid, noviembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/