De Medicina a Moncloa · 28 de febrero de 2011

1. La sala viene a ser un descansillo exagerado de los dos tramos de escaleras, el que sube y el que baja. Tiene una puerta doble que da a un quirófano y a un laberinto de corredores; tiene dos docenas de sillas en filas juntísimas, como las de un cine antiguo, y tiene tres supervivientes: tres ventanas, las mismas que tenía la Facultad de Medicina de la Complutense en noviembre de 1936, con los mismos radiadores debajo y, aparentemente, las mismas persianas. Es evidente que la dictadura no entendía de justicia poética; cuando los escombros volvieron a formar muros en la universidad que había arrasado, tuvo que rescatar las ventanas de la República.

2. La enfermera de bata azul claro se cruza con otra enfermera de bata azul claro. «¿No estabas en el quirófano?» «Sí, pero me ha largado a por un bisturí del doce.» Pregunta: «¿En serio?» Respuesta: mirada maliciosa y encogimiento de hombros. «Menudo troyano», acusa la interrogadora. Después, las dos ríen y se alejan con paso marcial.

3. El destello blanco y plateado es del sol, que se refleja en el aluminio de Los portadores de la antorcha, el grupo escultórico de Anna Hyatt Huntington. Simboliza la transmisión de la cultura a lo largo de la historia, aunque el texto de la placa no parece apelar precisamente a transmisiones culturales: algo de un hombre arrebatado, algo de una mujer arrebatada, algo de arenas candentes y algo sublime con Dios de mirón. A sus pies, una de las muchas parejas que estudian anatomía me recuerdan el sarcasmo de Karl Kraus, autor de una antorcha distinta (Die Fackel, 1899-1936): «Si el amor sólo sirve para procrear, aprender sólo sirve para la docencia. Ésta es la doble justificación teleológica de la existencia de los profesores».

4. A medida que se asciende por el Camino del Tranvía, la población de estudiantes aumenta. Casi ninguno frente a Navales, algunos frente al Museo de América, montones junto al Pabellón de Gobierno y una legión en Isaac Peral, yendo y viniendo pero yendo y viniendo alrededor de los bares. Pocas cosas hacen más Madrid y más tradición cultural, en el mejor de los sentidos, que la caza y captura de otra cerveza. El invierno ayuda, es obvio, porque se ha disfrazado de verano; pero se equivoca quien crea que sólo están en eso: el mundo se entiende y se reinventa aquí todos los días, mientras otros, muy serios, lo desentienden y pudren.

Madrid, febrero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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