Casi a la hora · 1 de enero de 2015

I

Como hay tanta gente, tiramos por Correo y Pontejos. Pero, en la esquina con San Cristóbal, nos intercepta una mujer.

—Disculpe —dice.
—¿Sí? —digo.
—Se me han caído unas tijeras a la basura, y como usted es tan alto...

La basura es un contenedor enorme que explica la situación a simple vista. Por más que intente llegar al fondo, los brazos no le llegan.

—Ah, no se preocupe.

Y allá que vamos un 31 de diciembre, casi a la hora de cenar, en pos de un objetivo que brilla entre desechos.


II

Los que pasan cerca, miran rápido y se van más rápido. Creen que buscamos comida, acto de extremo mal gusto para la alboronía navideña.

—No alcanzo —digo.
—Hum —dicen.

Hurga que te hurga, con el borde del contenedor clavado en la axila, mis dedos se quedan a un centímetro escaso de las tijeras.

—Hay que inclinarlo —sentencio.

Y allá que insistimos un 31 de diciembre, casi a la hora de cenar, tú empujas de un lado y yo tiro de otro.


III

Cuesta, pero el contenedor cede.

—¡Ajá! —digo.
—¿Las tienes?
—Las tengo.

Una mujer feliz recoge las tijeras de mi mano, que está —a pesar de todo— extrañamente limpia. Después, sonríe y se despide así:

—No saben lo agradecida que les estoy.

Y allá que nos largamos un 31 de diciembre, casi a la hora de cenar, oliendo al año que se acaba.



Madrid.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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