Procesos · 29 de junio de 2016

Leo que nadie vio venir el 26J. Y ése es otro quid de la cuestión: que lo vio hasta el tato en algunos sitios, pero todos eran, son, nadie. Europa se está llenando de nadies con tanta velocidad que, un día de estos, llegará un grupo de turistas y sólo verá ciudades llenas de sombras mudas; unas, porque se habrán quedado sin voz; otras, porque para qué si no las oyen; muchas, porque se hartaron de que les partieran la cara sin que apareciera el señor Apoyo Mutuo y un grupo pequeño, aunque relevante, que usará el silencio como arma cada vez que contribuya a que la luz se ahorque con su propia cuerda. En épocas menos pueriles, los habrían llamado «víctimas». No tienen fuerza para escapar de su destino, y sólo se vuelven protagonistas cuando el peso de su propia exclusión desequilibra alguna balanza, como ocurrió el 23J en GB.

De momento, los turistas culturales y geográficos pueden respirar. Muy pocas de las sombras que llenan nuestras calles se han dado cuenta de que mañana serán tan nadie como lo son hoy, si es que llegan a mañana; y aún existe la posibilidad de que la luz reaccione o, mejor aún —indiscutiblemente mejor—, de que las sombras dejen de esperar y se organicen. Los privilegiados tienen todo el tiempo del mundo; ellas, no. Los satisfechos juegan a la política; ellas, a la supervivencia. Pero, a efectos prácticos, no importa que la luz las insulte y las desprecie o se niegue a asumir su parte de culpa en esa enorme brecha que no deja de crecer: la realidad no se atiene a las fábulas que cuenta a sus fanáticos y groupies; sigue adelante y, si no encuentra resistencia, ejecuta hasta el último de los procesos que haya puesto en marcha.

Madrid, junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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