Venga ya · 6 de septiembre de 2017

Aquí no se dicen barbaridades. Somos cuarenta y pico millones de personas, y ni una sola las dice. Yo, por ejemplo, no las digo nunca. No me cago en los muertos de esa zorra ni deseo la muerte a ese cabrón con todo el bagaje peyorativo tradicional. No reformo imágenes de siempre porque me parece poco que diez mandriles se follen a ese cacho de carne que no merece vivir. No invento insultos nuevos constantemente ni rescato los históricos constantemente. Y, como no tengo ni un gramo de misántropo, no cargo contra todo dios con independencia de la etnia, la identidad sexual, el sexo, la ideología, la religión y el equipo de fútbol que tenga ese hatajo de subnormales.

Venga ya.

Todos ustedes, desde los más cobardones hasta los más hipócritas, pasando por los tres o cuatro que hacen algo por no malgastar su vida, son máquinas de echar mierda por la boca —como yo, por supuesto—; y está muy bien que lo seamos, porque el insulto es una representación que ha ahorrado muchos océanos de sangre a la humanidad. En su descarga figurativa de emociones y opiniones, la realidad se salva de sus espectros (por eso se ha dicho que es una forma de arte); pero tiene que ser irreverente en cualquier caso (no hay catarsis sin verdad) y muy consciente del escenario que pisa: debe saber dónde, cómo, cuándo, esas cosas que también valen para un beso o un cumplido.

Ahora bien, supongamos que el insulto se combina con un pronto en un espacio inadecuado. De repente, un acto íntimo se puede convertir en un acto político y, como tal, según las demagógicas normas del Nuevo Movimiento por la Perfección Ética y Lingüística, merecedor de un modernísimo auto de fe. Inquisidores progresistas, inquisidores conservadores, inquisidores. En pleno siglo XXI, cargarán contra una mujer normal y le sacarán los ojos por haber ofendido a una mujer poderosa desde el mismo error que cometen ellos todos los días: confundir lo público y lo privado en las redes. Perderá su empleo. Se expondrá a una condena. Pero el mundo será mejor.

Venga ya.


Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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