De bancos y cárceles · 21 de agosto de 2010

Alguien lo ha escrito con tinta negra en la luna de la sucursal: «Peor que atracar un banco, es fundarlo». Mucho más que peor, diría yo, si la comparación no fuera improcedente porque un banco es un robo en cualquier caso y un atraco puede ser un acto de simple y pura redistribución, también llamado justicia. Pero me ha sorprendido la ingenuidad de la frase, que apela a un mundo pasado, ya muerto, donde alguien podía solucionarse la vida mediante un golpe común, sin demasiada información sobre el objetivo. Ahora, la mayoría de los atracos sólo dan calderilla. El dinero nunca ha sido más virtual ni ha estado más lejos de los que no tienen. Es el extremo máximo de la dominación: la bolsa del señorito ha pasado a ser invisible.

Aunque sólo tuviéramos ese detalle del mundo, sucursales sin gran cosa que guardar, dinero que es pero no se ve, tendríamos lo suficiente para saber lo que ocurre y lo que va a ocurrir en cualquier otro aspecto de las relaciones sociales. Es tan obvio que hasta la casualidad lo anuncia; por refrescar la memoria, el término moneda se debe a que una de las primeras cecas de Roma se encontraba junto al templo de Juno Moneta, «la que avisa». En muchos sentidos, todas las estratagemas del poder se podrían resumir en el intento por convencernos de que el dinero no avisa de nada, de que insistir por ese lado es perder el tiempo porque al fondo sólo estaría la condición humana, citada como hecho inmutable. Pero estábamos con los atracos. Atracar un banco, para qué; si no hay dinero, si hoy equivale a morder un bodegón cuando grita el buche.

Los delitos contra la propiedad y los delitos contra la moral de la élite siempre se han llevado el premio gordo en el juego de la solidaridad interclasista; por eso, el 67,3% de la población penitenciaria española terminó en la cárcel por robos, hurtos y tráfico de drogas; a pequeña escala, por supuesto, lo cual explica que el 70% de la población penitenciaria española sean pobres, enfermos y drogadictos. Afortunadamente, el sistema funciona y mejora día a día. Las cárceles no dan abasto. El número de presos se ha duplicado en veinte años. A finales del 2010 batiremos el récord anual de la España democrática y se ha conseguido que el 22,4% de los reclusos esté entre rejas porque sí, en prisión preventiva, sin juicio.

Entre tanto, la mayoría se consuela pensando que no puede acabar como esos parias; quién no sabe a estas alturas que detrás de una ventanilla ya no hay diez, veinte, treinta millones, sino un puñado de billetes, o que te pueden detener por pasar coca en una fiesta de Vallecas, pero nunca en una de Pozuelo o Majadahonda. Son cosas básicas, fáciles de entender; justo las cosas que quieren que olvidemos, como el hecho de que España tenga la cifra de presos por habitante más alta de la UE a pesar de que se encuentra entre los países con los índices más bajos de criminalidad. «Peor que atracar un banco, es fundarlo.» Dentro de poco, ni siquiera veremos el banco.

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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