Darwinismo · 21 de junio de 2011

Me llega a través de Hetaira, y sospecho que ellas tampoco saben si reír o llorar; son palabras de Micaela Navarro, Consejera de Igualdad y Bienestar Social de Andalucía: «¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, cuando no hay ningún tipo de límites entre las personas más que los que ellos quieran poner a la hora de mantener relaciones sexuales, haya gente que tiene que pagar por practicar sexo?»

No hay ningún aspecto de las relaciones humanas, ni siquiera el económico, que sea tan injusto como el de las relaciones sexuales. Lo es de partida, por el darwinismo de la naturaleza, que nos hace altos, bajos, delgados, gordos, atractivos, feos, jóvenes, viejos, más o menos cercanos al canon de belleza o más o menos alejados de él. Lo es por la cultura, que nos hace inteligentes, estúpidos, atrevidos, temerosos, elocuentes, tímidos, desinhibidos, inhibidos, libres para disfrutar de nuestro cuerpo o esclavos de convenciones. Lo es por el dinero, que nos vuelve sujetos convenientes o inconvenientes, así, sin más. Y por supuesto, lo es por el poder, que convierte a unos en grandes receptores de deseo y a otros, en desgraciados que no merecen una caricia.

Creemos que la pobreza es lo peor que nos puede ocurrir. Es verdad, pero sólo en parte. Si dejamos la muerte y la enfermedad a un lado, lo peor que nos puede ocurrir es no ser deseables; no tener moneda suficiente en el mercado de la piel. El mundo está lleno de personas que se encuentran constantemente en ese caso. De hecho, casi todos nos encontraremos o nos hemos encontrado temporalmente en ese caso, bien por carecer de esa moneda o bien porque sabemos hasta qué punto se equivoca Navarro cuando afirma que «no hay ningún tipo de límites entre las personas». Un beso es un beso para alguien; para otro, es una cadena con la que obtener una relación, un trabajo, una casa más grande, un hijo, contactos, más dinero. Estamos lejos de un mundo igualitario y lejos de un mundo donde la mayoría sepa vivir el placer, simplemente, como placer.

Las palabras de la consejera no suenan en mitad de la nada; son declaraciones en un proceso, el de la criminalización de las prostitutas y de sus clientes. Podemos vendernos como queramos y estaremos obligados a vendernos de cien formas distintas a lo largo de nuestras vidas, pero cobrar por nuestra piel o pagar por tocar, debe ser delito. Imaginen lo que pasaría si se salen con la suya. Qué les importa a ellos los derechos de las prostitutas y las necesidades de grupos enteros de la población. Siempre podrán decir lo que dijo Mona Shalin, ministra sueca, cuando le preguntaron si era consciente de que la prohibición sólo servía para dañar a los más débiles: «Lo sé, pero vale la pena enviar el mensaje».

Madrid, junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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