Al final · 25 de octubre de 2011

Se puede llegar lejos sin conocer la historia del país donde se vive. A decir verdad, se puede llegar lejos sin saber gran cosa. Pero si el lejos que se busca es de palabras mayores como libertad, justicia, cultura, equidad, no se puede llegar a ninguna parte que merezca la pena sin entender la historia y sin saber distinguir los eslabones por donde se engarza con el presente. En mayor o menor medida, el pasado es hoy; explica estructuras, formas de pensamiento, posibilidades, límites. Y no es un tiempo muerto, sino un tiempo vivo y, en consecuencia, inconcluso: por rígidos que puedan ser sus hechos, sus relatos se pueden cambiar.

El día 22 de octubre, unos cientos de personas nos reunimos en la Ciudad Universitaria para rendir homenaje a las Brigadas Internacionales. No era un homenaje más; no eran reconocimientos de un rato, sino un recuerdo de intención permanente que se alza donde la sangre de aquellos hombres y mujeres se transformó en símbolo. Aunque sólo hubiera sido por eso, los cientos que fuimos debimos ser miles. Pero no era sólo por eso. Como recordaba horas antes, quedan muy pocos con vida. También era una de las últimas ocasiones de mostrar nuestro afecto y nuestra gratitud no ante la narración de una historia, que seguirá como siga y cambiará como cambie, sino a sus protagonistas; a personas de carne y hueso a los que debemos una parte fundamental de lo que somos.

Si casi todo es cuestión de prioridades, la ausencia de tantos bajo el sol de esa mañana fría demuestra que nos falta mucho camino por recorrer. Cómo vamos a cambiar el mundo si no sabemos distinguir lo importante. Cómo vamos a cambiar nuestro país si no somos conscientes de sus procesos. Cómo vamos a cambiar nada si cuatro brigadistas nos parecen cuatro vejestorios y el homenaje a diez mil muertos, un acto sin valor. Estoy seguro de que, al final, aprenderemos. Entenderemos por qué debimos estar donde no estuvimos y qué sentido tenía para la forma y la dirección de nuestros pasos. Naturalmente, ellos ya no estarán. Siempre es así.

Madrid, octubre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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