Infierno · 24 de septiembre de 2014

A diez minutos de mi casa, un juicio: el de la Audiencia Nacional contra 28 jóvenes acusados de pertenecer a Segi. Antes de los 28 hubo 40, acusados de los mismos cargos y absueltos por esa misma Audiencia Nacional, que los consideró inocentes: ni conexión con ETA ni más acto violento que el de defender unas ideas políticas perfectamente respetables. Pero el juicio sigue. La máquina debe funcionar hasta el último segundo. Y entre el sonido de sus engranajes, gracias a un periodista que ejerce de excepción a la norma de la omertá, se escuchan los testimonios de los reos.

Amenazas, malos tratos, torturas, persecución, vejaciones sexuales, listas negras, registros propios de la Geheime Staatspolizei y confesiones arrancadas a golpes con la supuesta complicidad de forenses y otros funcionarios, por no hablar de la actitud de algunos abogados de oficio. «Viví el infierno», dice uno, resumen de casi todos los demás. No hay muchas palabras que escapen de la narración pura y dura de los hechos; no se hacen afirmaciones generales sobre el sistema que los permite, y cuando a un acusado se le escapa el comentario de que las instituciones amparan la tortura, la jueza, que se llama Ángela Murillo, grita: «¡Aquí no se puede decir cualquier cosa!».

La Justicia es así; la máquina es así. A la hora de comer, se suspende la sesión. En los grandes medios está suspendida desde el principio y, como la gente vive en general de la realidad de los grandes medios, la excepción de un periodista y la atención de unos cuantos miles de personas, también de Madrid, son lo único que nos separa de lo que afirma el régimen: que no hay Audiencia ni juicio ni veintiocho jóvenes.


Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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