Soliloquio · 17 de diciembre de 2014

Si quitáramos la explotación, el robo, el señoritismo, la chapuza y la monumental ignorancia de la España creada y luego recreada por el régimen del 39, quedaría un humor burdo a la segura derecha y uno pueril a la supuesta izquierda. También habría restos de langostinos, montones. Y huesos de jamón ibérico, muchísimos. Y botellas de vino a rabiar, aunque vacías.

PERO

no nos pongamos serios por tan poca cosa, no sea que el techo del retablo se hunda y, al entrar la luz del sol, se vayan el humor burdo e infantil de asesinos y criaturas respectivamente, y lleguen el negro, el irónico, el satírico, el absurdo, todos los humores que se van apagando en la falta de aire porque para eso nos hicieron una guerra, una dictadura y otra —¡otra!— monarquía: PARA QUE NO QUEDARA NADIE CAPAZ DE ENTENDER EL CHISTE.

Bueno, ya lo han logrado.

(Espacio para la risa tonta.)

¿Seguro que lo han logrado?

Tanto si sí como si casi, la primera obligación de quien busque subvertir el orden de las cosas y darles la libertad debida consiste en devolver el infantilismo al parvulario y dejarse de sandeces. ESTO NO SE ARREGLA CON HUMOR, ni siquiera del bueno. Y ahora que prohíben la voz, la calle, los pies para la calle y las manos y las voces que hacen la calle y la voz, todo lo que no sea desobediencia es

DERROTA.


Madrid, diciembre


— Jesús Gómez Gutiérrez


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