A taquilla · 15 de noviembre de 2013

Aitana Galán, directora de escena y dramaturga, se enfrentó el año pasado a un problema que, aunque restringido al ámbito del teatro, arroja luz sobre la situación cultural de España. Como demuestran sus palabras, compartidas por los actores y productores de su última obra, y a las que me sumo en calidad de testigo directo y trabajador de otro ámbito de la cultura, no es cierto que todos los creadores estemos callados, ni mucho menos sometidos. Si no llega nuestra voz, es porque no interesa que llegue.

Jesús Gómez Gutiérrez.
Madrid, noviembre.



Mucha gente de la profesión nos ha preguntado por qué Málaga, de Lukas Bärfuss, no se programó en un teatro público. Tuvimos una oferta de un teatro municipal, de Madrid, el Fernando Fernán-Gómez, que nos ofrecía ir a taquilla sin cubrirnos un caché mínimo por función. Fue al inicio de la temporada pasada, cuando todavía los teatros públicos municipales, al igual que lo hacían con los sueldos de técnicos, administrativos, programadores, etc., garantizaban a los creadores unos mínimos económicos por su trabajo. Supusimos, y supusimos bien, que ir a taquilla en un teatro público era abrir una puerta a una futura externalización de la gestión y que si los profesionales, los creadores, accedíamos a jugar a ese juego, daríamos alas a la administración para que valorase en "cero" nuestro trabajo.

Nuestros actores, Roberto Enríquez, Ana Wagener y Críspulo Cabezas, dijeron no. Nuestra directora, Aitana Galán, dijo no. Nuestros productores, Luis Alberto Caballero y Vicente Cámara, dijeron no. Y así, dijimos todos no a estrenar en el Fernando Fernán-Gómez, porque es un teatro público que debe garantizar que todos sus trabajadores (incluidos los artistas y creadores) reciban un sueldo mínimo por su trabajo. Retrasamos el estreno a enero, en una sala privada, con las condiciones de la privada: a taquilla. Probablemente, tuvimos más pérdidas desde el punto de vista económico. Pero ganamos en dignidad: nos negamos a ser cómplices de una maniobra política perversa.


— Aitana Galán


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