Jarrea · 8 de enero de 2011

Llueve tanto que el encargado de la librería se las ve y se las desea para guardar los expositores de la calle sin terminar empapado, y eso que están debajo de un toldo. También allí, debajo del toldo, pero poco interesado en los libros, estoy yo con una duda y la chupa negra que me pasó Nico porque no la usaba. La duda es ésta: seguir la pared o cruzar la plaza para entrar en cierto establecimiento y usar la tarjeta regalo que me dieron en Reyes. Será agua o será agua. Y en éstas que rozo el expositor y me encuentro junto a Las aventuras de Tom Sawyer, muy de moda este sábado.

No entiendo la reacción de periódicos como El País y el New York Times con la nueva fascistada de los neopijos supuestamente progresistas. Que han capado la obra de Mark Twain. Que han quitado los niggers y demás. Ya, bueno. Se limitan a hacer lo que vosotros habéis estado vendiendo durante décadas, es decir, que la sociedad se puede mejorar sustituyendo palabras malas por palabras buenas, como si hubiera palabras malas y palabras buenas y no contextos culturales, según, sin, so. Ahora le toca a la literatura, y como la estupidez siente la inclinación de manifestarse en su consecuencia última, asesinan precisamente a Twain.

La duda se ha solventado por la opción de cruzar la plaza, lo cual me lleva a un vestidor sin un mal hierro donde colgar los vaqueros ni un taburete donde dejar los que me quito. Paredes grises y luz casi inexistente. Falta un grajo muerto y restos de pescado. A los dos minutos, alguien corre la cortina que parece una manta, me mira con sorpresa y dice oh. «Ah», digo yo, y mira que es un ah simplemente irónico, de vale, me has pillado con los calzoncillos de magdalenas y los calcetines del gato de Cheshire, pero justo es una talibana del sector y lo interpreta como puta, guarra, te la voy a meter por tu culito pijoprogre. Contexto, afirmo. Adjetivos, sustantivos, simples e inocentes interjecciones en espera de que alguien decrete su intención y su culpabilidad ideológica, porque la inocencia sólo es de los nuestros.

Jarrea cuando vuelvo sobre mis pasos. Llevo una bolsa con unos pantalones fabricados por un niño encerrado en un sótano, dentro del proceso llamado Edad Media que los optimistas de la linealidad temporal definen como neoliberalismo. A mí alrededor, la calle está llena de gente que tiene poco o nada y que mañana tendra menos. Pero tienen paraguas, es verdad, y tú te lo has dejado arriba. Entre la masa gris, negra, marrón, tan como la tarde, resaltan los rostros clarísimos de los privilegiados de siempre y los farderos del compañeros y compañeras, viva el Diccionario del Bienestar. Pobre Twain, pobre mundo.

Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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