Eneas, tío · 11 de agosto de 2014

Malhadados charcos de sol, que te hacen zas entre cada paz y paz de las sombras de camino a Hacienda —por la devolución que no me han devuelto— y también después, paz, zas, paz, zas. En el interior, algarabía. ¿Hay alguien de vacaciones? No yo. Carteles de funcionarios que piden que no les peguen y ruegan que no les griten; trabajan para los griegos, pero juran y perjuran que no han quemado Troya y cuando al fin, razonando a particulari, digo «mi dinero, qué pasa», me dicen que no pasa, que no hay ningún problema y, empero, que espere. Fiera, vuelve a tu cubil (que coma aire y espere, que beba aire y espere, ya mire usted rozando el medio siglo, y cómo estaré a medio y un día). Cuenta la leyenda que, de un hilo de un hilo de un hilo de un hilo de mi sangre se fundará Roma: Eneas, tío, ¿de qué te quejas? Ya tendrás tu venganza. Ja y rejá, cuánta literatura. Como me queda algo de chatarra, compro un melón. Buen acero el que corta, llegado al cubil de esta fiera, una raja grande.

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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