La sorpresa de perderse · 15 de octubre de 2007

1. Bajada desde San Juan de los Reyes y hasta el Puente de San Martín, que por supuesto tiene leyenda, «La mujer del alarife». Pero no estoy aquí para recordar la historia, por muy adecuada que sea en tiempos de dislates inmobiliarios. He venido, como siempre, por la puesta de sol; también para asomarme al río, que sigue verde y ajeno a las transparencias descritas por Garcilaso, de las que surgían Filódoce, Dinámene, Climene y la blanca Nise. Cuando el sol se pone y me alejo, recuerdo una historia real, de la familia: la del novio que salvó a su novia del río y se quedó dentro, atrapado en alguno de los muchos remolinos y pozos. Se hace tarde.

2. Lecturas de la semana: Un héroe de nuestro tiempo, de Mijail Lermontov. El tercer volumen de la Historia de la vida privada de Philippe Aries y Georges Duby, inteligente a ratos y francés el resto. El interior, de Martín Caparrós. Una obra sobre la que habrá que volver tantas veces como sea necesario, El gran debate sobre los pobres en el siglo XVI (Ed. Ariel Historia), para quien todavía desconozca a Domingo de Soto y Juan de Robles. Baltasar Gracián, un placer y un vicio, en edición de Porrúa que incluye El discreto, El criticón y El héroe, desde el que tiro al vuelo: «No toda arte merece estima ni todo empleo logra crédito. Saberlo todo no se censura; practicarlo todo sería pecar contra la reputación».

3. Hechos de la semana: Hay amenazas antepenúltimas, penúltimas y últimas. Los nacionalismos de España (incluido el estatal) viven de las segundas, con la evidente puntualización de que pueden pernoctar en las primeras, pero no amanecer en las terceras porque saldrían escaldados. Como lo saben, lo suyo no es un te voy a partir la cara; lo suyo es un voy a hacer como que digo que hago que te aviso de que te voy a partir la cara, para ver si en el tira y afloja sacan más pasta o hacen patria suficiente. Es la gran fiesta de las derechas.

4. Hay ciudades que valen para la noche y el día. Toledo es perfecta para las dos, pero yo la prefiero de noche y en invierno, a ser posible con niebla, cuando ya no quedan turistas en las calles y los vecinos se han retirado a los barrios nuevos, más asequibles, o al silencio tras puertas de hierro y patios. Que Poe asuste en El pozo y el péndulo. Que Becquer puntualice en El beso con Elvira y un guante de piedra. A Toledo le caben todos los relatos. A nosotros, que la conocemos, la sorpresa de perderse.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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