Lindsey como ejemplo · 3 de febrero de 2009

Imagino que los trabajadores subcontratados por Total para la refinería de Lindsey (Gran Bretaña) no son sólo italianos sino además blancos o por lo menos mayoritariamente blancos; porque si fueran negros o por lo menos mayoritariamente negros, los medios que hablan de huelga xenófoba para definir las protestas de trabajadores ingleses, resumirían el asunto como huelga racista. También imagino que nuestros colegas mediterráneos son ateos, agnósticos o por lo menos mayoritariamente ateos o agnósticos; porque si fueran creyentes o mayoritariamente creyentes, la definición huelga xenófoba habría adquirido adjetivaciones como cristianofóbica, judeofóbica o animistafóbica que terminarían en engendros de imposible cumplimiento mediático como huelga xenoislamofóbica. Pero ésa es la parte absurda del asunto: el lenguaje de la moralina que se ha instalado en un sector de la sociedad y el lenguaje del amarillismo periodístico de toda la vida.

En origen, Lindsay era un ejemplo más de los abusos de las grandes empresas, que aprovechan normas como la libertad de movimientos en la UE para abaratar costes, bajar salarios y hundir derechos laborales. Obviamente, siempre habrá fuerzas políticas con ganas de pescar en río revuelto o incluso con capacidad para avivar las emociones hacia objetivos como el proteccionismo; pero si lo consiguen, es por un problema anterior: parte de la población sigue creyendo, incluso en Europa y más aún en Gran Bretaña (algunos recogen lo que siembran), que sus problemas son esencialmente hijos de la globalización y que se podrían solucionar con cierres de fronteras. Cuando Brendan Barber, secretario general del TUC (Trade Union Congress), afirmaba hace unos días que «la rabia debe dirigirse contra los empresarios, no contra los trabajadores italianos», decía algo indiscutible; pero también algo inútil, porque la nacionalidad de los trabajadores de Lindsay no está presente en calidad antropológica, como en los cuentos de hadas de tantas ONG, sino en la vieja y falsa dicotomía entre lo propio y lo ajeno que establecen los nacionalismos.

Mientras esperamos a que nuestros gobiernos se dignen a dar explicaciones sobre lo que hacen y lo que no hacen (por ejemplo, en términos de regulación de mercados y de defensa de los derechos sociales), tal vez podríamos adelantar camino con el absurdo del primer párrafo. A veces, la xenofobia no es invención, exageración o parte convertida en todo. A veces es real. Y es justo entonces cuando deberíamos recordar, particularmente desde el punto de vista de la izquierda, que no es una enfermedad sino el síntoma de dos: la ignorancia y el miedo. Dos enfermedades de la pobreza cultural y económica que exigen de respuestas a la pobreza cultural y económica; dos habitantes de los barrios bajos, no de las zonas residenciales. Pero si ustedes prefieren quedarse en el insulto y enviar a niños bien para que se burlen de los niños mal por lo torpes y brutos que son, tendremos democracias e izquierdas tan finas, tan patricias, que desde abajo parecerán el enemigo.

Madrid, 3 de febrero.


— Jesús Gómez Gutiérrez

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Comentarios

  1. Me siento gratamente sorprendida tras leer este artículo.

    — Belén B. · 17 febrero 2009, 15:32 · #

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