El futuro está aquí · 24 de septiembre de 2010

El 19 de octubre de 1992, la policía alemana encontró los cadáveres de Petra Kelly, fundadora del Partido Verde, y su compañero sentimental, el ex general Gert Bastian. Según los informes policiales, lo primero que llamó la atención de los agentes fue el sonido de la máquina de escribir del general; llevaba dieciocho días encendida y tenía una hoja de papel con diez líneas que terminaban en mitad de una palabra, como si algo o alguien hubiera interrumpido a su autor durante la madrugada del 1 de octubre. No había nota de suicidio; el sistema de alarma estaba apagado y una de las ventanas del piso superior, abierta. Sin embargo, las autoridades cerraron el caso 24 horas después; Gert Bastian tenía restos de pólvora en los dedos.

A estas alturas, Petra Kelly sólo es un nombre y un apellido; pero en su época formó parte de un símbolo más importante que su adscripción a una organización determinada: una forma nueva de hacer política y una forma nueva de hacer izquierda. Ninguno de los que años antes habíamos militado en los comités anti OTAN y en el Movimiento de Objetores de Conciencia podremos olvidar su compromiso con España en un momento crucial, cuando ya se vislumbraba lo que el tiempo ha confirmado, la deriva derechista de la socialdemocracia y su determinación de defender a toda costa lo que Peter Glotz definió como «la sociedad de los tres tercios»: un tercio de ricos, uno de clase media y uno de pobres.

Quizás por eso, Petra Kelly fue lo primero que me vino a la cabeza el miércoles pasado, tras leer una nota de agencias sobre una encuesta electoral del instituto Forsa: los Verdes alemanes empatan con el SPD en intención de voto, y si se suma el 10% de Die Linke, se obtiene una mayoría abrumadora de una izquierda (58%) donde el SPD pasa a ser, por primera vez, minoría. Desde luego, no será porque los socialdemócratas no se lo hayan ganado a pulso; con su apoyo al neoliberalismo, con su renuncia a buscar y plantear alternativas, los socialistas europeos se están cavando una tumba de la que no parecen ser muy conscientes. Creen que el márketing lo puede todo; creen que la realidad se reduce a lo que ellos quieren ver; creen que pueden seguir viviendo de su escenificación circense con las derechas tradicionales; creen que no los podemos sustituir por otras organizaciones.

Cinco años antes de la muerte de Petra Kelly, el 28 de febrero de 1986, había fallecido el último de los líderes socialistas que aún merece el respeto de toda la izquierda, Olof Palme, asesinado de un tiro en la espalda cuando caminaba por Estocolmo en compañía de su esposa. En una carta dirigida a Willy Brandt y Bruno Kreisky, Palme advertía de que si el socialismo democrático renunciaba al bien común, el futuro quedaría en manos de «fuerzas anónimas, tecnócratas o estructuras de poder». En lugar de reinventar el socialfascismo estalinista para darle la vuelta y acusar de traición a todos los progresistas que no comulgan con sus cuentos, los PS deberían preguntarse en qué se han convertido y qué serán mañana.

Madrid, septiembre.



También publicado en Nueva Tribuna.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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