La soledad de quién · 5 de agosto de 2011

Algún día, puede que en un futuro no lejano, los libros de texto de los colegios dirán algo parecido a la verdad sobre los políticos que aceptaron una democracia limitada en 1975 y luego, entre reconversiones, paro masivo, terrorismo de Estado y un boom de ladrillo y billetes de 500 euros, procedieron a limitarla un poco más para adecuarla mejor a sus intereses. Dirán lo que fueron: arribistas, estómagos agradecidos, tontos útiles y, excepciones aparte, indignos de los cargos que ocupaban. Será lo justo; no tanto por la descripción, que desde luego comparten con otras generaciones de políticos, como por el hecho de que reescribieron la historia para que los creyeran héroes.

La transición no ha muerto esta noche. Ese tipo de farsas no se deshacen con una simple carga policial que los medios del poder, desde La Razón a El País, convertirán por otra parte en una carga necesaria. Se fue apagando sola, a medida que los españoles se iban dando cuenta de que el sistema de partidos era prácticamente mafioso, de que la estructura económica había avanzado poco o nada en treinta y cinco años, de que los hijos vivirían peor que los padres, de que la escala de movilidad social era tan clasista como siempre y de que sufrían un país con instituciones tan débiles que no podían separar la religión y el Estado ni juzgar a los asesinos que destruyeron el último régimen democrático de España, la II República.

No, lo único que ha muerto esta noche, si no había muerto antes, es esa agencia de colocación que lleva el nombre del partido de Pablo Iglesias. La derecha tradicional, que ya amenazaba con sacar a 90.000 curas y promotores inmobiliarios para hacer frente al 15M, había pedido mano dura. Y los socialistas se la han concedido. Creen que siguen viviendo en el mundo de ayer, donde nada escapaba a la propaganda de sus medios ni había problema que el tiempo y sus intelectuales y artistas no pudieran solventar. Lo creen o, peor aún, no les importa. Porque también cabe la posibilidad de que no les importe. De que sean perfectamente conscientes de lo que hacen y sólo aspiren a llevarse los candelabros del barco que se hunde.

Los heridos de esta noche no son víctimas de unos policías que se han excedido en el ejercicio de sus funciones; son víctimas de un sistema político con las ideas claras. Es verdad que la realidad siempre supera a la ficción, pero ni los más críticos y descreídos habrían imaginado que llegarían a ver estos días, con una suspensión de facto de los derechos constitucionales en la capital de España y un silencio rotundo de casi toda la izquierda política y sindical. ¿Dónde están los comunicados de protesta de Comisiones Obreras, de la Unión General de Trabajadores, de Jueces por la Democracia, de tantos como ellos? Hasta hoy, en ninguna parte. Nos han dejado solos. Se han quedado solos.

Madrid, 4-5 de agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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