Sapos · 9 de septiembre de 2011

Según el Instituto Nacional de Estadística, el sueldo de la mayoría de los españoles asciende a alrededor de 900 euros al mes, descontados los impuestos. Es una fiesta que se convierte en celebración interminable si el trabajador medio vive, por ejemplo, en Madrid, con los precios de Madrid. 900 euros. Una vida de lujos. Da para una dieta de verdura y para vivir en comuna hasta los ochenta o noventa años, porque con ese sueldo no se puede alquilar una casa y comer verdura al mismo tiempo, especialmente cuando se atrastran manías de nuevo rico como la luz eléctrica.

Entre tanto, nuestro Senado y nuestro Congreso están compuestos mayoritariamente por individuos que, si han conocido la penuria alguna vez, será por escasez de whisky y de coca a última hora de noche. Ahí están, sonrientes, contentísimos de haber aclarado que no son la gran aristocracia, sino sólo una aristocracia de andar por casa, al menos en lo tocante a su renta y a su patrimonio personal: ya se encargó la derecha de que la renta y el patrimonio personal de los familiares directos no se incluyeran en el ejercicio de transparencia política. Pero en fin, así es España. Nosotros no tuvimos un 1789 con guillotinas en las plazas públicas. Nosotros tuvimos garrote vil, cárcel, exilio y olvido posterior para todos los que blandieran una idea susceptible de modernizar el país o, más exactamente, de tener un país y no un cortijo.

Ya, son los representantes del pueblo. Su trabajo es fundamental. ¿Que la mayoría de los senadores esconden sus ahorros en el ladrillo? Seguro que no guarda relación con la ausencia de leyes contra la especulación inmobiliaria. ¿Que los propios diputados de la izquierda rojiverde son incapaces de romper la baraja? Seguro que no guarda relación con su status; como bien dijo Llamazares, los progresistas no estamos obligados «a vivir debajo de un puente». Y los del puente, 900 euros. Al mes. Si llegan. Quizás se entienda ahora la paz, la calma, la indolencia y el buen rollo con los que se han tragado tantos sapos desde 1975.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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