Debe · 12 de septiembre de 2011

En los veinte años transcurridos entre el 31 de diciembre del año 1990 y el 31 de diciembre del año 2010, nuestra población penitenciaria pasó de 33.058 personas a 73.849. Todo un éxito de Juan Alberto Belloch, ministro de Justicia con Felipe González, cuya política de tolerancia cero (Código Penal de 1995) logró la paradoja de que España, uno de los países de Europa con menos delitos, se convirtiera en uno de los países de Europa con más presos. No es que los tribunales duplicaran las condenas a prisión ni, por supuesto, que los delitos se duplicaran de repente: es que de las prisiones no salía nadie. Ni redenciones ni tercer grado ni nada. Y la población penitenciaria crecía por acumulación.

Imagino que Belloch habrá dormido a pierna suelta mientras miles de personas se pudrían en la cárcel por delitos menores, en la inmensa mayoría de los casos. Es un socialismo muy particular el de estos individuos. Represión para los de abajo y sonrisas para los de arriba. No es extraño que, cada vez que se convocan elecciones, varios cientos de miles de creyentes socialistas se pasen a las filas de la derecha: se limitan a ser coherentes con lo que los Belloch, los González y los Zapatero les han enseñado. Han dejado de pensar. Pensar es duro. Pensar mancha. Y así, se llega al día en que el PSOE calla mientras su Gobierno indulta a policías torturadores y niega ese mismo indulto a presos comunes como Montes Neiro.

No sé si entre la militancia de Ferraz quedará mucha gente con la humanidad o el sentido crítico necesario para recordar por qué, alguna vez, en un pasado remoto, quisieron mejorar el mundo. Si obras son amores, debemos llegar a la conclusión de que quedan pocos. Pero será mejor que espabilen y empiecen a alzar la voz. A corto plazo, los medios de comunicación pueden suavizar debacles e impedir que su partido desaparezca de la faz de la Tierra; a largo, no hay medios de comunicación ni redes de silencio suficientes que puedan borrar tanta injusticia y tanto cinismo de su debe.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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