Entre bastidores · 20 de enero de 2008

Dicen que La Haya fue coto privado de caza, lo cual explica el origen de su nombre oficial, Gravenhage, «el seto del conde». En ella se firmó la tregua de 12 años en la guerra de los 80 y la paz de 1648, dos acontecimientos cruciales para España y que avisaban carácter de ciudad especializada en litigios. A uno de sus tribunales, el de justicia, se ha dirigido Perú para dirimir sus diferencias con Chile. Pero no es el único caso con protagonistas latinoamericanos.

Uruguay y Argentina, Nicaragua y Costa Rica, Nicaragua y Colombia, Nicaragua y Honduras, unos por cuestiones fronterizas y otros por asuntos tan prosaicos como una planta de celulosa. En su mejor aspecto denota un cambio positivo, la voluntad de someter los conflictos a arbitrajes independientes. En el peor, dificultad para llegar a acuerdos bilaterales y un fallo en los proyectos de integración regional; es lo que sucede cuando los distintos nacionalismos salen de la aldea y se topan con otros como ellos: la diplomacia es la primera víctima.

El pasado 10 de enero falleció Jorge Anaya, cerebro de la invasión de las Malvinas. Argentina sufría una dictadura militar y existe la tentación de limitar lo sucedido a la lógica del régimen, cuando fue el régimen quien aprovechó una lógica preexistente en la cultura política argentina y del conjunto de América. No nos engañemos con la normalidad de estos días; para lograr sociedades laicas hay que desactivar la religión de la patria y el victimismo. Pero quién le pone el cascabel al gato.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/