La revolución que empieza · 6 de marzo de 2013

Fue una noche larga, de contactos difíciles; una noche de periodismo a destajo, con informaciones que llegaban a los lectores muy pocos minutos después de que se recibieran, lo justo para redactarlas apresuradamente, comprobarlas y subirlas a la Red. Cuando empezó, el golpe era un hecho definitivo y deseable para la práctica totalidad de los medios; un «modelo de transición», como lo definía El País. Cuando terminó, la democracia era un hecho que no admitía dudas.

El 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República española, los periodistas de La Insignia cerramos la edición más satisfactoria de sus diez años de vida. Como bien saben los amigos que nos acompañaron, hicimos algo más importante que informar con rapidez y sin faltar a la verdad; contribuimos a romper el bloqueo informativo que se había impuesto en Venezuela y, en consecuencia, por nuestros muchos lectores del país hermano, contribuimos a dañar gravemente la estrategia de los golpistas y de sus socios.

Hoy, tras la muerte de Hugo Chávez, la prensa está llena de opiniones discutibles. Para unos, fue un mesías; para otros, los dueños del mundo, un tirano. Desde mi punto de vista, fue un hombre de Venezuela y para Venezuela, con las limitaciones y las posibilidades del universo político de América Latina, no tan alejado del nuestro. Pero nadie dice lo que la noche del 13 al 14 de abril del año 2002 sentenció: La revolución venezolana fue la primera de la revolución de Internet. Y como Internet liberaba la verdad, la revolución era el futuro. Porque la verdad siempre ha sido revolucionaria.


Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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