La línea · 27 de agosto de 2013

No hay pruebas. Y si hay, no se han presentado ante la opinión pública. Como en tantas ocasiones, los gobiernos de GB y EE.UU. imponen su palabra e impiden un debate más que necesario sobre modelos de intervención. Olvídese Irak, Afganistán, etc. Eso es agua pasada, dicen. Y que no nos vengan con críticas alicortas: hay líneas que no se deben cruzar.

Yo estoy de acuerdo en lo de la línea. Como cualquiera con dos dedos de frente. Lo malo del matrimonio anglosajón y de los imitadores en busca de grandeur es que su forma de trazar líneas no encaja en la defensa de los derechos humanos, sino en una palabra inseparable del mundo de las naciones y del propio Capital: imperialismo. Sí, imperialismo. De guerra eterna y fase superior. Hasta en la elección de la diana, definida siempre a partir de aquella frase del dictador Manuel Estrada Cabrera: «Para mis amigos, todo; para los otros, la ley».

No creo que la ausencia de marcos internacionales adecuados justifique la inacción. De hecho, me repugna la palabrería de ciertas izquierdas, más preocupadas por ir a la contra (cuando la encuentran) que por plantear soluciones, métodos, normas para todos y en todos los casos. Pero el imperialismo es el imperialismo. No castiga las violaciones del derecho y las leyes de la guerra, sino la esperanza de un mundo más justo.

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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