Preguntas · 12 de diciembre de 2013

Weber por aquí y Weber por allá, como si fuera mano de santo. Pero su vieja afirmación sobre el Estado y el monopolio de la violencia es exactamente eso, vieja; ha pasado casi un siglo desde que la formulara y, desde entonces, la historia nos ha dado unas cuantas lecciones sobre los peligros de que el Estado delegue una parte de ese monopolio en instancias ajenas a él. Con Weber o contra Weber, no se puede equiparar el derecho a la legítima defensa de cualquier ciudadano con la asunción de prerrogativas policiales o militares por parte de empresas privadas.

Puestos a abusar de las citas, a mí se me ocurre una mejor, de Carlos Marx: «las ideas dominantes nunca han sido otra cosa que las ideas de la clase dominante». Empezando por la propia legitimidad política, de la que teóricamente se deduce, en una sociedad teóricamente democrática y teóricamente avanzada, el derecho del Estado al monopolio de la violencia. ¿Qué puede ocurrir entonces cuando, entre tanta formalidad, sujeta siempre y en todo caso a las ideas y los intereses de la clase dominante, se prestan pistolas a los consejos de administración y se les otorga capacidad punitiva? Es una pregunta retórica, por supuesto.

En la calle, se va corriendo una voz que dice así: si no hay ley que nos ampare, nosotros seremos la ley. A falta de un fantasma que recorra Europa y, en consecuencia, de una esperanza en acción, el pueblo ha empezado a pensar que está solo y a calcular en términos de estar solo. Digo pueblo, palabra bastante olvidada, porque hasta los restos de la izquierda se comportan como si la sangre fuera un concepto. ¿Qué pasará cuando a la soledad y la injusticia se les sume la desesperación? Eso también es una pregunta retórica.


Madrid, diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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