Un plan de exterminio · 18 de octubre de 2008

Entre los argumentos de la fiscalía para recurrir el auto de Baltasar Garzón sobre el franquismo, hay uno especialmente clarificador. Se afirma que el concepto de crímenes contra la humanidad, en el que se basa la decisión judicial, no es aplicable en este caso por ser posterior (juicios de Núremberg, 1945) a los delitos cometidos. Quizás sin pretenderlo, la fiscalía ha demostrado por qué es tan importante esta causa.

Durante décadas, dentro y fuera de España, se ha hecho todo lo posible por desligar el régimen franquista del proceso contra el nacionalsocialismo y sus aliados. Dentro, por motivos evidentes que no será necesario recordar; fuera, porque la verdad mancha a los que permitieron el triunfo del fascismo en nuestro país y luego, terminada la contienda mundial, lo enterraron bajo la guerra fría. El 30 de septiembre se cumplió el 70 aniversario de los Acuerdos de Múnich: la entrega de Checoslovaquia, pero también de la II República española, cuyos ejércitos todavía resistían en el Ebro, al Eje. La suerte del franquismo estaba tan unida a la suerte del III Reich que al dar carta blanca al primero, Inglaterra y Francia se la dieron al segundo.

Dudo que la fiscalía tenga intención de sumarse al revisionismo histórico o competir con los libros de texto edulcorados de París, Londres y desde luego Moscú, que tuvo su Múnich en el pacto Ribbentrop-Molotov; sólo busca dejar las cosas como están, evitar problemas al Estado. Y ha pasado tanto tiempo desde 1939, que es fácil que los despistados caigan en la trampa. Para considerar que el auto del juez de la Audiencia Nacional es innecesario o incluso extravagante no hace falta ser simpatizante del fascismo, como determinados políticos de nuestra derecha; basta con no entender la historia de Europa, con creer o querer creer que la de Franco fue una dictadura más, una simple dictadura.

Baltasar Garzón ha presentado 114.266 nombres de desaparecidos, así como pruebas de la existencia de un plan de exterminio. España no era una república bananera que se pudiera sojuzgar con unos cuantos asesinatos; necesitaban una guerra lenta, un exilio y todos los barrancos, tapias de cementerios, cárceles y olivares que se pudieran encontrar, antes y después de entrar en Madrid, para ejecutar su cruzada. España no estaba fuera de su tiempo y de su continente; los planes de Franco, Mola, Queipo de Llano y compañía formaban parte de uno mayor que precisamente fue el que se juzgó en Núremberg, cuyos principios anulan a tales efectos, y por mucho que incomode a la fiscalía, la ley de Amnistía de 1977.

Pero hay algo que, en mi opinión, es tan importante como nosotros y nuestra historia. Las personas que han estado trabajando estos años en la búsqueda de los desaparecidos han dado un impulso nuevo al objetivo de la justicia universal, sin el que no iremos muy lejos. La II República todavía esta librando una batalla. Tan internacional como la de entonces.

Madrid, 17 de octubre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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