Saturnales · 24 de diciembre de 2012

Hay cola, pero la mayoría no está para cobrar décimos premiados, sino para comprobar si sus décimos están premiados. No conocen Internet. O no tienen conexión. O no han estado nunca en un locutorio. O no se fían de los números que aparecen en la Red. O necesitan una segunda, tercera o quizás cuarta confirmación de que lo que vieron en Internet, en el papel de un periódico o en las listas que se cuelgan en las paredes de las delegaciones era, efectivamente, correcto.

Uno a uno, se acercan a la ventanilla y dan sus billetes de la Lotería Nacional. La empleada los pasa por una máquina cuya pantalla, rectángulo estrecho, números verdes, repite: NO TIENE PREMIO. Hay dos excepciones; un hombre de alrededor de sesenta años que sale de allí con trescientos veinte euros en el bolsillo y otro, más joven, sosteniendo un fardo de ambulante, que se embolsa una moneda una por el reintegro de alguna otra cosa. Los demás, nada. La máquina se reitera y se reitera y se reitera y bate su propia marca de NO TIENE PREMIO con un tercer hombre. Diez veces. Gesto sombrío y adiós.

En la calle, el Sol de invierno se gasta una broma de niebla que impide mirarlo sin que duelan los ojos. La cola ha crecido y ahora hay docenas de personas con taquitos de billetes, destinados al cobro de premios menores y al ritual de la comprobación sobrante, supersticiosa o desesperada. También están los que van a comprar lotería del Niño. Que esta vez no toque, no significa que no toque otro día. Y Fortuna vuelve, como en el siglo XVII, a todas las bocas de un país de hidalgos y mendigos.

Madrid, 24 de diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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