Periodismo serio · 6 de abril de 2022
En mayo del año 2004, el New York Times publicó un editorial poco común: admitía haber distorsionado la información de la guerra de Irak y haber dado por buena la tesis de las armas de destrucción masiva sin verificar las fuentes. Su excusa -ciertamente interesante-, era que varios de sus redactores estaban ansiosos por publicar exclusivas en portada, y que la combinación de dicha ansiedad y su «intenso deseo de que se destituyera a Sadam Hussein» los llevó a conceder visibilidad máxima a las denuncias llamativas sobre Irak y enterrar las informaciones que las ponían en duda. De la responsabilidad de la dirección del NYT no se decía nada. Como todo el mundo sabe, los grandes medios de comunicación son sitios donde entra cualquiera y hace y deshace a su antojo sin que la dirección y los dueños se enteren.El caso mencionado no es excepcional ni en la historia del NYT ni en los medios occidentales en general, salvo por el hecho de que no suelen disculparse. Mintieron en Yugoslavia, mintieron en Irak, mintieron en Libia, mintieron en Siria y, por supuesto, mienten con Ucrania, aunque la gran mentira no está en las guerras que apoyan o justifican, sino en las que acallan; mil muertos de Yemen no valen lo que un ucraniano, por ejemplo. Sin embargo, eso no ha impedido hoy que Ignacio Escolar apele indirectamente a uno de esos medios (el británico The Guardian, base de casi toda la información internacional de su periódico) para afirmar que «ni un solo periodista serio» discute las denuncias no verificadas sobre lo sucedido en Bucha, que además cuentan con el respaldo de «distintas organizaciones no gubernamentales». Quizá no sepa de dónde son esas ONG; puede que ni siquiera sepa que la más relevante tenía en su dirección a antiguos miembros de la CIA y ex secretarios generales de la OTAN, como denunciaron en el año 2014 dos premios Nobel de la Paz (Mairead Maguire y Adolfo Pérez Esquivel) y alrededor de 100 escritores, periodistas, activistas y antiguos cargos de Naciones Unidas (Richard Falk y Hans von Sponeck). La ignorancia explica muchas cosas, y la ignorancia que se decide tener, muchas más. Pero, volviendo a la prensa, me atrevo a recordar que no hay ni habrá nunca «un solo periodista serio» que desestime las dudas razonables, asuma la propaganda de un bando y criminalice de facto a quien no comparte esa actitud, colocándolo inmediatamente en la categoría de sectario o conspiranoico.
Todos «nos podemos equivocar», sí. En eso, el director de eldiario.es está en lo cierto. La cuestión es a favor de quién, cuántas veces y desde dónde, porque algunos se equivocan siempre a favor del sistema y siempre están -bendita casualidad- en las direcciones de los periódicos, las cadenas de televisión y las emisoras de radio. A veces, los críticos más encendidos de la dictadura mediática occidental olvidan que todo es cuestión de clase, empezando por los medios. No es necesario que exista una correa de transmisión directa entre el poder y la información; sólo se trata de que la información principal pase por los defensores de «las ideas de la clase dominante» (Marx), algo fácil de hacer en un país tan familiar como la España surgida del franquismo, y algo donde Escolar vuelve a tener razón: su medio no ha traicionado a nadie con las noticias sobre Ucrania. Su medio está donde estaba el primer día, cerrando el paso a los movimientos rupturistas de izquierda e imponiendo los criterios de su familia ideológica, la socialdemócrata. Si alguien se siente engañado, será porque se quiso engañar. Como escribió Chesterton, el periodismo nació para decir la verdad; pero hoy existe «para impedir que la verdad se diga».
Madrid, abril.
— Jesús Gómez Gutiérrez