Sin remedio · 24 de julio de 2024

Es una noche antigua; de normalidad antigua, quiero decir. Sol da paseantes, sedentes, ofertantes y acechantes, además de la habitual multitud que aplaude un espectáculo de los que cuestan la voluntad, o sea, poco o nada. La interminable sucesión de partidos de fútbol se ha interrumpido por gentileza de julio y, como no están las coloridas tribus de franquicia y tampoco son horas de actos comerciales, institucionales o reivindicativos, la Puerta sin puerta parece haber pasado del «que te den» a un flemático y casi cordial «tú mismo» en su gigantesca mesa de juegos, porque Sol es una mesa como Atocha un delta y Santa Ana, un patio. En el reloj, la una y media.

Treinta minutos antes, subiendo por uno de los brazos del delta en cuestión, he cambiado de rumbo para admirar los signos nuevos que han brotado enfrente del Teatro Español: cuarenta y siete cruces amarillas, pintadas en los troncos de otros tantos árboles. Obviamente, ya conocía el motivo; pero, como llueve sobre mojado desde hace décadas y nunca se cambia nada, mi indignación se ha ahogado al instante. De alguna forma hay que marcar las cosas, ¿no? El capitalismo no tiene un ápice de caprichoso o accidental, contrariamente a lo que creen los irrealistas cuando no se están drogando con caramelos de ética. Y hay marcas para todo, desde las legalísimas dianas fiscales y financieras que dibujan los Estados para señalar a quién se puede explotar o dejar sin vivienda hasta la humilde y también legalísima pintura del Ayuntamiento que anuncia el final de un montón de cipreses, cerezos japoneses y castaños de indias (el 85% del total) para mejorar un por supuesto tercerizado aparcamiento. Lo más que se puede esperar con tanta gente dispuesta a respetar el sistema y tanto canalla dispuesto a hacer caja es que, al menos, no incluya recochineos como el de la Plaza del Carmen, cuyo proyecto de reforma procede de los dueños de un hotel de cinco estrellas.

No sé cómo acabará el asunto; el método general del Reino consiste en dividir el paripé por alguna parte para que unos se salgan con la suya y otros puedan hablar de conquista histórica; pero, tras dejar Santa Ana, el enésimo encontronazo con la realidad me ha forzado a buscar locuras menos políticas, por aquello de expulsar la hiel. Una noche antigua; de normalidad antigua, decía. Sol de aquí y de allá, quietudes, movimientos, la Mariblanca con su tremendo foco y la Osa preguntándose por qué demonios le colocaron ese Madrid, 1967-2017 que, en lugar de contar lo que supuestamente pretende, apesta a fecha de nacimiento y deceso. Como reza un olvidado refrán, «Mañana será otro día y verá el tuerto los espárragos».

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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