La pura verdad · 13 de octubre de 2011

Un hombre toma un desvío y se encuentra ante una mansión, cuya dueña aparece detrás de las cortinas y le hace señas para que se acerque. El hombre entra en la mansión y la mujer, dama tan imponente como la casa, cambia las señas por una oferta que él habría aceptado de ser cualquier otro, o por lo menos otro en cuya mente no hubiera sonado esta frase, naturalmente en off: «Siempre quiso una piscina. Bueno, al final consiguió una; aunque el precio resultó un poco alto». El hombre mira a su alrededor, chasca la lengua y recuerda, porque ha visto mucho cine y algo de mundo, que quedarse allí es terminar flotando en la misma piscina de la frase, con tres tiros en el cuerpo. El hombre ya ha decidido salir por patas cuando la dama dice que se llama Norma Desmond y él, cómo no, Joe Gillis. El hombre admira a Willian Holden hasta el extremo de considerar realmente la posibilidad de quedarse, pero aún tiene la esperanza de que su vida sea una película menos tremenda y se excusa como la ocasión merece, es decir, haciéndole creer que en realidad es Erich von Stroheim, su mayordomo. De nuevo en el coche, conduce hasta el hastío; aparca en un arcén y camina campo traviesa hasta que llega a una mansión tan formidable como la primera, pero luminosa. Cuando sube al porche, empieza a llover; cuando llama a la puerta, pisa un charco; cuando la puerta se abre, lo arrastra un río profundo como lo más profundo, rápido como lo más rápido, ancho como lo más ancho, y como el hombre sabe del significado del agua en los sueños, y como la dama que abre ha visto lo mismo que él, el hombre se queda y pasan meses que parecen semanas y días que parecen horas. Es Marta de Orión, es Ellen Ripley, es Chani, es Seven of Nine y es Mellanie Ballard en el hiperespacio del amor verdadero. Pero ah, ella vuelve en sí y dice que se llama Katie Scarlett O'Hara Hamilton Kennedy Butler y se empeña en que el hombre sea ora Ashley, ora Rhett. El hombre, que definitivamente no es ninguno de los dos, se ve en minutos como siglos y en siglos como milenios y se empieza a disgregar en una nube, porque el hombre, que ya no puede más, abre la boca para decir «francamente, querida, me importa un bledo» y suelta: «Teletraspórtame, Scotty».

Madrid, octubre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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