San Juan · 25 de junio de 2009
1. Es joven, algo más que yo, y a pesar de la expresión cansada de quien ha bajado a los infiernos, también atractiva; pero ni eso ni su cabello rubio ni su ropa limpia ni el aspecto de poder ser hermana o vecina de cualquiera sirve para que obtenga respuesta (no ya un sí) a una pregunta: «¿Me compras una barra de pan?». Está en la puerta de un supermercado. Pasa un anciano, que baja la cabeza un momento y duda, pero no se detiene. Pasan dos veinteañeras, cacho de carne uno y cacho de carne dos, que la miran con asco y de quienes se puede adivinar su imitación de pensamiento: oh espejito oh espejo. De camino a Callao, tras comprarle la barra, me recuerda que es noche de San Juan.
2. Entre las sombras de los jardines y la luz de las terrazas, justo en el terreno intermedio de la penumbra aunque no tanto como para pasar inadvertidas, unas manos pegan a una espalda lo que parece una paliza y es, según el cartel, un masaje. A su lado, un violinista revienta el espíritu de la noche con clasicismos tristes; y ocho o diez metros más allá, tras los turistas que miran con pasmo a varios ciclistas desnudos, se distingue el final redondeado de una guitarra y una melena de mujer, cuyo vestido se ha manchado con el césped. Pero todo lo situado tras la guitarra, la melena y el vestido es oscuridad absoluta, más impenetrable aquí, con el trasfondo blanco del Palacio de Oriente, que en ningún otro lugar.
3. Huele a quemado en Ramales y también en las calles de San Nicolás, Juan de Herrera y Calderón. La gente no suele atajar por este lado; desde arriba, Ópera y Bailén absorben; desde abajo, Mayor seduce. Ya en la Plaza de la Villa, cuatro borrachos gastan el amago de alba en representación dudosa de Lope: «Yo soy/ de Leonor» (don Juan); «Yo soy de Blanca» (don Pedro); «¿Y yo, de quién soy?» (Tello) De Antonia, apunta el cuarto, adelantándose al segundo (toma borrachera culta). Luego hay risas, antorchas y faldas por la Calle del Codo. No mentirá el paseante cuando siga la imagen y afirme que, al salir a Puñonrostro y Conde de Miranda, pisó la cola a un dragón.
4. Rosario, el parque, hogueras. Viví en esta calle, perdonándole a la casa que mirara a poniente porque es poniente de verdad, finis terrae, sólo monte y la Sierra al fondo, con puestas de sol espectaculares. Ahora, los moradores de la Basílica de San Francisco el Grande, los cuervos que la tuvieron abandonada durante décadas y al borde de la ruina, quieren destrozar la cornisa del Manzanares con un Vaticano especulativo. La gente salta sobre el fuego, el humo tapa las estrellas. Amanece.
Madrid 23-24 de junio.
— Jesús Gómez Gutiérrez
La luz y las paredes / Debate sobre tallas