Falta una · 25 de abril de 2012

—¿Tienes diez céntimos, mamá?
—No, papá, tengo cincuenta.
Mamá debe de andar por la edad de su moneda, pero parece mucho mayor; papá debe de ser algo más joven, pero parece lo mismo. El cliente que está a su derecha, sentado en la vertical de la ele invertida que es la barra del bar, los mira un momento y sigue a lo suyo, un periódico.
—Necesito diez, mamá.
—Pues los cambiamos, papá... ¿Oye?
La camarera se acerca.
—¿Me cambias?
Mamá le da la moneda. La camarera abre la caja registradora y saca cinco de diez que deja en la barra y que se convierten en cuatro tras el barrido de una mano huesuda y oscura.
—Vuelvo enseguida, mamá.
Cuando papá se ha marchado, mamá pregunta:
—¿Te limpio las mesas?
—Vale. ¿Qué os pongo hoy?
—¿Dos montados?
—Hum.
—¿Y dos cañas?
La camarera gruñe, pero tira de grifo. Mamá recoge los vasos, los platos, los cuchillos, los tenedores, las tazas, los platillos y las cucharillas de las mesas vacías, que son todas, con unas manos tan huesudas y oscuras como las de papá. Al terminar, alcanza las cuatro monedas de diez que se habían quedado en la barra. Justo entonces, ve una taza más en la parte superior de la máquina tragaperras.
—¿Y ésa?
La camarera no la oye; está limpiando la espuma de las cañas con la lengüeta de madera de un polo.
Mamá se acerca a la tragaperras y coge la taza. Contiene un dedo de té.
—¿Qué coño haces?
El cliente cierra el periódico y se levanta del taburete.
—¿Es tuya?
—¿Qué coño haces?
No hay aviso. El cliente le da un golpe en el pecho. Mamá retrocede. El cliente repite el golpe. Mamá cae al suelo y la taza y las cuatro monedas de diez salen rodando.
—¡Qué coño haces!
Mamá recibe una patada que le arranca una sucesión de gemidos.
—¡Eh! —La puerta del bar se cierra—. ¡Tú!
Hay segundos de silencio; los que tarda la camarera en empezar a gritar y los que tarda papá en llegar hasta el cliente y lanzarse sobre él. Pero no tiene fuerza. El cliente se lo quita de encima con un empellón y suelta un puñetazo; después, amaga otro y se marcha.
La camarera deja de gritar.
Papá se arrodilla, recoge las monedas que están a la vista y dice:
—Falta una, mamá.



Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/