Milagro · 7 de marzo de 2013

Cinco filtros como balas. Son los que me quedan, y es lo que digo cuando suena el teléfono de campaña y luego suena la voz, que dice: ¿puedes tomar la colina? Después hay un buuum importante y parece que la línea se va a cortar, pero no se corta. ¿Puedes tomarla? —repite. Y por qué no la colina, el pueblo y los puentes —respondo—. Y ya puestos, con un movimiento hábil de mis diez mil manos y de los cinco filtros correspondientes a cinco papeles de fumar, podría tomar la ciudad, la provincia, la región y todo el país, amigo mío, porque es tan blando que cinco filtros valen de artillería y cinco papeles, puestos en vertical y usados a modo de serrucho, rompen una alambrada. Ya —dice—, ¿pero puedes? Tú crees que estoy de broma —digo—; no estoy de broma, cabrón. Ni yo —buuum—. ¿Puedes? Mientras sopeso la forma de mi negativa, se oye un grito fugaz, brusco, de premuerto ahor y muerto ahora, con sólo una a de diferencia. Se ha ido. Siempre es así. Les dicen que llamen y que ordenen un ataque. Mi trabajo consiste en darles cuerda hasta que suena el buuum o el bang que acaba con ellos. Soy el milagro, el último recurso. He dicho filtros como balas porque es lo primero que han visto mis ojos; mañana tiraré del mechero, los bolígrafos o las gafas de leer.


Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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