Distorsión · 21 de marzo de 2013

Sobre el charco de sangre está Potestas, de donde se deduce que Potestas es el muerto. Eso es lo que dice Olvido a sus alumnos de criminalística cuando llega Tumismo, envuelto en una manta y proclama: me parece que no. Los alumnos guardan silencio; oscilan un poco hacia delante, hacia atrás y vuelta hacia delante, soltando gotas que aumentan el charco.

—¿Otra vez aquí? —ruge Olvido.

Tumismo planta una bota en el charco, la impregna y estampa la huella en la pared más cercana.

—No es el muerto; es el comensal.

Olvido se encoge de hombros; sabe que si mira la cabeza inmóvil del cuerpo inmóvil verá una boca móvil y una lengua móvil. Todos los días, lleva a sus alumnos al mismo sitio y les habla de Francis Galton, Juan Vucetich y Olóriz Aguilera tras mencionar las impresiones dactilares de Kia Kung Yen en el siglo VII y la contribución de Vidocq a la balística y la obra de Victor Hugo. Lo demás es la vida; cuerpos que sangran, un charco que crece y Potestas que llega, se tumba y lame.

—¿Por qué insistes?

Tumismo repite el movimiento de la bota. Es una buena pregunta: ¿Sirve de algo una distorsión? A veces, Olvido discute con él y acaban entre gritos que causan temblores en Potestas. Potestas teme los gritos. Pero en general, son los propios alumnos los que salen brevemente de su narcosis y le afean las huellas de la pared; no es un acto político —dicen—, no es realista. Hoy será en general. Y cuanto Tumismo se va, Olvido retoma la clase. Así, adornando su muerte, los chicos sufren menos.


Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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