25 de abril · 25 de abril de 2013

A las tres de la tarde, ya se han producido cargas, identificaciones arbitrarias de ciudadanos y múltiples detenciones, que la prensa del régimen, encantada de reproducir los comunicados policiales como palabra de dios, convierte en justicia de dios. Cócteles molotov, se informa; materiales incendiarios. Obviamente, las versiones de los detenidos no se distribuyen. Ésta es una historia perfectamente verosímil de «autobuses fletados por radicales» y grupúsculos «violentos» que pretenden sembrar «el caos».

Es 25 de abril; aniversario de la Revolução dos Cravos de Portugal y de la Festa della Liberazione de Italia. En las noticias, se confirma la noticia vieja de un país con más de seis millones de parados y, al fondo, oculto tras los grandes titulares, la alegría vieja de los sátrapas de la UE, que duermen tranquilos porque los únicos movimientos que les preocupan, el Movimento 5 Stelle y Syriza, se encuentran temporalmente anulados. España no supone un peligro. Aquí no hay nadie que discuta el euro; y cuando el sistema se tambalea, no se tambalea porque lo empujen, sino porque está borracho. Pero unos cuantos chicos, con más voluntad que recursos y, a veces, sin demasiada consciencia del riesgo que corren, han convocado una acción mal interpretada: no es un asedio al Parlamento, de éxito tan dudoso como los anteriores; es un asedio a la pasividad y a la ingenuidad política de la mayoría.

Para el 40% de los alemanes, dueños de la UE, España es un país «débil». Quizás tengan razón. Gracias a Alemania, sufrimos un millón de muertos, cuarenta años de dictadura y un retraso cultural del que nace nuestra dificultad para organizarnos. Ni siquiera somos capaces de exigirles la indemnización por daños de guerra que corresponde. Incluso ahora, en mitad de una guerra sin armas que implica la pobreza de millones y millones de personas, nos negamos a asumir la realidad. Hay que esperar, nos dicen. A la huelga siguiente, a un mayo florido, a las elecciones europeas. A Godot, claro. Y mientras ellos alimentan el país de los alemanes, otros amagan hacia el Parlamento y sueltan el golpe en la cara de la resignación.

Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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