Alas de metal · 2 de junio de 2008

1. C. irá al aeródromo de Cuatro Vientos a ver el Mosca, y yo también. Mi abuelo Jesús, arriero, cocinero, vendedor ambulante, jornalero, albañil, poeta, campesino castellano y soldado de la República, hablaba en sus días sin ira de la sorpresa de ver aquellas máquinas en los cielos de Madrid. No sólo de eso, por supuesto. También de los coches frente a un país de burros y carretas, de los rascacielos frente a un país de tierra y cal, del teléfono, de la radio, del Metro, y yo le preguntaba por las cosas menores, las que no están en los libros de historia: qué tabaco fumabas, qué os daban de rancho, cuánto costaba el cine, cómo terminó esa bala en tu pulmón. Tras palabras de siempre y detalles nuevos, sus ojos enrojecían y miraba a la ventana. Ahora, setenta y tantos años después de su primera aparición, vuelven las alas de metal que salvaron, brevemente, el futuro.

2. En 1939 se cortó el hilo de la cultura. Que es expresión escasa para hablar de la ciencia que no se investigó, de los museos que no se inauguraron, de los tratados que no se escribieron, del arte que no se creó, de la huella general de España, ausente durante cuatro décadas. Y no lo digo para pasar a ejercicios de política ficción, que no me interesan, sino por recordar el precio que paga el mundo cada vez que se rompe una pieza fundamental. Pero todo eso, las piezas, el mundo, la cultura, son menos importantes que un solo hombre. Como Juan Ramón Jiménez, de cuya muerte se han cumplido cincuenta años sin que nuestras autoridades, dignas hijas de la ausencia que mencionaba, le hayan dedicado un gesto.

3. La ventaja de una ciudad con tantas subidas y bajadas como ésta es que los arribas ofrecen horizontes extraordinariamente lejanos. Sí, también tiene algo que ver esa luz clarísima que causa agorafobia a ciertos amigos del norte, aunque este mes, que sigue lo del cuarenta de mayo, se empeñe en nubes. Y en uno de esos arribas, no lejos de aquí, se pone casi todas las tardes un tipo, más o menos de mi edad, que vende una de esas revistas que no compra casi nadie. «Cuando se tiene, se da —me enseñaron los mayores—; y cuando no se tiene, sobre todo» (porque en la práctica sólo damos los que no tenemos). Así que doy y sigo mi camino y llega el día siguiente y vuelvo a dar. No te extrañe entonces que, después de tantos años y excluida la familia, mi único capital sea el saludo de los vagabundos.

4. Los habituales del Museo Arqueológico Nacional sabemos que está en obras por «actuaciones de embalaje de sus colecciones», como reza la nota oficial. Primero fueron las salas 2, 3, 4, 5 y 6 de Prehistoria, las 7, 8, 9 y 10 de Protohistoria I, la sala de investigadores y la 13 de Egipto; después, las secciones 21 a 25 de Roma y las 19 y 20 de Protohistoria II. Desde el 1 de mayo, la biblioteca; y antes o después, el archivo. Pero aquí está la buena noticia: el acceso a todas las que siguen abiertas, si es que queda alguna, es gratuito. No sé por qué me he acordado de La Insignia. Ah, claro, por esto: nos vamos. En abril.



Madrid, 30 de mayo del 2008.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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