En cuestión de pasiones · 1 de julio de 2008

1. Todavía no ha empezado la tormenta eléctrica, seguida de tromba de agua, cuando paso por el tramo de la Gran Vía que sustituyó casi toda la extensión de Jacometrezo y se llamó, alguna vez, Avenida de Pi i Margall. En el Palacio de la Música, al otro lado de la calle, retiran los cartelones de las que serán las últimas películas proyectadas y de otras más viejas que seguían debajo. Dicen que volverá a sus orígenes. Bien. Pero igual daría que saltara mil años hacia delante y se convirtiera en sede de quién sabe qué si no tocaran, o si incluso mejoraran, sus piedras. Las grandes ciudades necesitan edificios como el de Secundino Zuazo y su reflejo, el Avenida, casi gemelo en dimensiones. Sobrios en comparación con sus vecinos; excepcionales en cualquier otra parte.

2. Como ya sabéis, el Ministerio de Cultura abrió hace pocos días el Archivo fotográfico de la Junta de Defensa de Madrid. Ahí lo tenéis. Tres mil cincuenta y una imágenes, más sus fichas correspondientes, con el mayor horror que deja el tiempo cuando ya se ha cobrado lo suyo en sangre: la arquitectura destrozada. Lo que se ha perdido y ni siquiera se sabe, generalmente, que se ha perdido. Lo que está para quien se fija cuando paseamos por los Austrias, Maravillas, Moncloa y nos asquea una fachada seca, absurda, que está fuera de lugar y parece creada por gentes sin alma: no es un edificio; es un suplantador de la dictadura.

3. Si los tribunales de cuentas estuvieran obligados a parecer tribunales de cuentas y no asustar a los niños, éste, que se la jugó en el s. XIX al palacio del conde de Aranda, sería el ejemplo a seguir. Pero suele pasar desapercibido. A veces, porque la maravilla de enfrente, el antiguo Hospicio, abruma con la portada barroca de Pedro de Ribera; y a veces, porque estamos en la estrechez de Fuencarral por mucho que ensanche entre Beneficencia y Barceló. Gente, coches, atascos monumentales. Y secretos, sí, para un barrio que los tiene por docenas: en los preámbulos del crepúsculo, en ciertos días y con ciertos cielos, la fachada posterior del Tribunal pierde el rojo del ladrillo, refleja hacia poniente y se disfraza de violeta, morado o azul durante unos minutos. Hay que entrar por Corredera Alta, claro, ya en Malasaña. Hay que acostumbrarse a mirar.

4. Viento en la persiana, que roza el balcón y lanza sus franjas nocturnas contra la pared del fondo. A falta de sueño, enciendo el trasto; y si eso no es la noche blanca de Córdoba, me da lo mismo. Tres, dos y la funda de la guitarra está en el suelo. Uno y empiezo. Tiene polvo, está desafinada, no encuentro la cejilla y me faltan uñas y más práctica de la que puedo perdonarme cuando intento seguirlos. Pero quien tuvo, retuvo; al menos, en cuestión de pasiones.



Publicado originalmente en La Insignia, de España.
Madrid, 24 de junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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