Besos · 28 de junio de 2010
1. Hasta donde sabemos, Edith Shain, enfermera, natural de Tarrytown (Nueva York), no fue determinante en ningún acontecimiento científico o político reseñable; pero el día 14 de agosto de 1945, fecha de la capitulación de Japón y del final de la II Guerra Mundial, regaló a la humanidad un icono de bata blanca, zapatos blancos y pie derecho alzado: el beso de Times Square, fotografíado por Alfred Eisenstadt y coprotagonizado por un marinero cuyo nombre se discute. «El muchacho me agarró y yo cerré los ojos», decía Shain cuando le preguntaban. Dentro de varios siglos, su beso seguirá explicando mucho más que el final de una guerra y el principio de un mundo, indudablemente mejor. Belleza, sentido de la oportunidad, atrevimiento; lo que nos salva.2. Por motivos obvios, el martes 28 de marzo de 1939, fecha de la entrada de las tropas franquistas en Madrid, no hubo ningún Alfred Eisenstadt que persiguiera a una Edith Shain por la Gran Vía. Los candidatos estaban muertos, exiliados o, más probablemente, escondidos como el resto de la ciudad, con poco que llevarse a la boca y sin saber si volverían a ver la luz del sol; además, los que entraban en la capital gracias a Casado y los suyos, no habían hecho una guerra para permitir que la gente se besara en público, aunque el desarrollismo les enmendara la ideología dos décadas después. Pero hace unas semanas, a finales de mayo, se firmó un acuerdo importante para quien quiera entender por qué no tuvimos un beso y quiénes y por qué conspiraron en tal sentido: la entrega del archivo de Juan Negrín, último presidente de la II República, a la fundación de Las Palmas de Gran Canaria que lleva su nombre.
3. Aunque no lo parezca, el titular que dedicó el diario La Vanguardia (29 de marzo de 1939) a la caída de la capital fue un ejercicio de realismo feroz hasta en el tema que nos ocupa: Madrid se ha incorporado a España. A partir de entonces, las mujeres dejaron de tener derechos incluso en Madrid, y si las mujeres pasaban a ser santas o putas, adivínese donde habría encajado el beso de Edith Shain. Ahora bien, la Iglesia católica, instigadora de la guerra y del orden social de la dictadura, ha perdido algún poder y ya sólo se opone al sexo en general, a los anticonceptivos, al aborto, a los homosexuales, al divorcio y a la separación de Iglesia y Estado, salvo que implique negocios tan lucrativos como el que el TSJM ha reventado al declarar ilegal su pacto con el Ayuntamiento y la CCAA para destrozar la cornisa de Las Vistillas. Me pregunto si los viejos y buenos amigos que acaban de asomar sus orejas triangulares por los pasos de la Sierra, estarían dispuestos a abandonar su dieta de ovejas y empezar con la de cuervos.
Madrid, junio.
— Jesús Gómez Gutiérrez