Abajo · 9 de marzo de 2011

1. Iban a ser dos minutos, pero se convierten en quince por la mujer que me antecede, septuagenaria, pelo rizado, de acento brasileño cerradísimo, que refiere su vida a la dependienta del estanco, morena, de Chamberí. Dice que estuvo catorce años secuestrada, que su padre se volvió loco al no poder pagar el rescate y que ahora, décadas después, van a rodar una película sobre su vida. Entiéndase, es un resumen; quince minutos dan para mucho. Al final, se despide y sube las escaleras muy erguida, muy segura, con el paquete de tabaco entre las uñas.

2. Ahmed, que sobrevive vendiendo pañuelos, lo lamenta con María, camarera: «Es una pena, tan joven.» «Pobre chaval.» María no ha estado nunca en el río; lleva desde el 2004 en Madrid, pero vive lejos. Ahmed sólo lo ha visto desde el Calderón. Los dos, sed uno, café otra, se refieren a Austin Taylor Bice, estudiante, desaparecido a finales de febrero y cuyo cadáver se encontró ayer en el Manzanares. El río está demasiado abajo, demasiado al margen. Si fuera grande y digno de postal, sería lo mismo; se va para cruzarlo o ni eso, porque también es frontera; se va por pasear, a veces; no se va.

3. El Ministerio de Cultura contrata a una empresa por unas obras. La empresa subcontrata a otra para poner un ascensor. La del ascensor subcontrata una más para los servicios de limpieza. Y el lunes, a las once y cuarto de la mañana, en el Museo Nacional de Antropología, el ascensor aplasta a la empleada que había bajado a limpiar el foso. Medidas de seguridad: ninguna. Coordinación, prevención: ninguna. Precariedad: toda. La víctima se llamaba Dolores S.R. y tenía treinta y siete años.

4. Llueve en Sol. Llueve con tantas ganas que el vestíbulo del intercambiador subterráneo sustituye rápidamente a la superficie como lugar de encuentro. Son docenas y docenas de jóvenes empapados, que van sacando los móviles para avisar de que ya no esperan junto al Oso, junto a la Mariblanca, en el Kilómetro Cero, en la esquina de Carmen, bajo La Mallorquina o pegados al adefesio de cristal. Todas sus explicaciones telefónicas se parecen un poco y, por las caras, todas las respuestas de sus interlocutores se parecen un poco. En el suelo, se van formando charcos que se unen.

Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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