Tina · 23 de junio de 2008

No es un nombre de mujer, sino el acrónimo con el que una mujer, Margaret Thatcher, resumió su programa político: TINA (There is no alternative. No hay alternativa). Reducción de cargas fiscales, desregulación laboral, recorte de gastos sociales, expulsión del Estado en fijación de precios y otras minucias, etc. El proceso, que algunos confundieron con el más amplio y antiguo de la globalización, andaba tan renqueante en 1982 como el índice de apoyo a la primera ministra británica. Pero entonces apareció un país de América, que también existe, y se hizo el milagro.

Se ha escrito mucho sobre la invasión de las Malvinas, de cuyo final se acaba de cumplir el 26 aniversario, y se ha dicho poco sobre la forma de entender el mundo, o más bien de no entenderlo en absoluto, que subyace en ella. Si la lógica de los militares que regalaron una guerra a Thatcher fuera excepcional, se podría pasar página. Sin embargo, ni es excepcional ni en América es exclusiva de los dictadores. Aquello sólo fue una manifestación bélica de un hecho cultural, el nacionalismo, que impregna todo el continente.

Cuando los gobiernos enarbolan la patria como atajo hacia bienes comunes, deberían recordar que en política se recoge lo que se siembra. Como potencia mundial, EEUU necesita el nacionalismo; sus ciudadanos no aceptarían un sistema social tan catastrófico sin el plus de amor a la bandera. Pero en otras latitudes, asegura lo siguiente: que algún país, en algún momento, vuelva a ejercer de tonto útil.


Aparecido originalmente en el diario Público, de España.
Madrid, 21 de junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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