Cuestión de clase · 8 de septiembre de 2010

Nadie habla en el Metro a las siete menos cuarto de la mañana; al menos, no hoy ni en esta estación del sudeste de Madrid, cuyos vagones vienen de distritos de trabajadores e irán dejando a todo el mundo, conexiones mediante, en los distritos del trabajo. A mi izquierda, un hombre de alrededor de sesenta años sostiene el único periódico visible; lee una columna donde se justifica el aumento de la edad de jubilación a partir de un concepto tan particular de ingresos y gastos que la productividad y el propio sistema fiscal del país brillan por su ausencia. Pero el olvido contable no es tan sórdido como la apelación a la demografía. La gente vive demasiado, viene a decir el autor; vive tanto y tan bien que ya no hay para todos. Lo que no dice es qué entiende por todos y qué entiende por gente.

El hombre que lee el periódico en el vagón del Metro procede de la Villa de Vallecas, cuya esperanza media de vida es la peor de toda la capital, 79,1 años (Estudio de salud de la ciudad de Madrid, 2006); si hubiera nacido en el barrio de Salamanca, viviría una media de cuatro años más, 83, y obviamente también disfrutaría de cuatro años más de pensión a cuenta del Estado. Incluso sin mencionar las cantidades percibidas, ya tenemos un hecho incuestionable: que los trabajadores le salen comparativamente más baratos a las arcas públicas por la sencilla razón de que viven menos.

Ahora bien, nuestro hombre podría ser más generoso con su pensión. Como habitante de un barrio pobre, su riesgo de fallecimiento es un 50% más alto que en los barrios ricos; tiene un 50% más de posibilidades de morir por una enfermedad respiratoria, un 556% más por sida, un 29% por diabetes, un 56% por enfermedades del hígado y entre un 25 y un 49,9% por cáncer, entre otros ejemplos derivados directamente de su condición socioeconómica (Atlas de mortalidad y desigualdades socioeconómicas en la CAM, 2010). Como se ve, ni todos viven tanto ni todos viven tan bien. Y por si caben dudas, los resultados de Madrid son perfectamente extrapolables al conjunto de España, aunque la situación sería peor en muchas zonas.

En la práctica, cuando alguien propone que se trabajen más años o se amplie el periodo de cotización para acceder a las jubilaciones, propone que la Villa de Vallecas financie el plus de esperanza de vida del barrio de Salamanca. Como es lógico, eso no aparece en la columna que leía nuestro hombre, a punto de bajarse en Atocha. Cuando fallezca, habrá trabajado una media de 1.775 horas al año, el máximo de toda Europa occidental; habrá cobrado un 20% menos que la media de la UE y habrá hecho posible que todo un país se sostenga sobre las rentas del trabajo a pesar de que sólo suponen el 56,6% de la renta nacional (2010). Pero al Gobierno le parece un esfuerzo insuficiente. Cosas de las clases sociales.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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