Cinco minutos · 2 de septiembre de 2011

Sus señorías se conceden un descanso. Son cinco minutos que se convierten en diez, quince, veinte, veinticinco y treinta de farsa antes de que sus señorías vuelvan a la farsa del día. Se va a votar la reforma de la Constitución, a espaldas del pueblo y sin debate, porque la Mesa se encargó de vetar todo lo que resultara inconveniente. Los diputados de la izquierda se marchan; con excepción de Gaspar Llamazares, que se queda para reventar otra farsa, una enmienda transaccional. El señor José Bono, socialista, dicen, ordena a los ujieres que los dejen salir y cierren la puerta.

El resultado final, 316 votos a favor, 5 en contra, oculta una perversión grave del sistema democrático. Ésta no era una reforma estética de la Constitución; era un cambio fundamental, que afectaba a aspectos fundamentales de la independencia política del Estado y de su capacidad para hacer política. No era una decisión de las que se pueden tomar entre representantes y por mayorías simples o absolutas, sino una decisión de las que se deben dejar en manos de la ciudadanía, sin intermediarios, con un referéndum. Pero el Partido Popular y el Partido Socialista tenían un buen motivo para negarnos ese referéndum: que no lo podían ganar. Tanto si se hubieran impuesto como si no, lo habrían perdido. Porque en circunstancias como las actuales, cualquier plebiscito se convierte inevitablemente en un juicio popular al sistema y a la legitimidad de los partidos que lo sostienen.

Ni el plazo disponible ni el efecto en los mercados ni el propio carácter de la reforma; los partidos de la Segunda Restauración nos han negado el voto por simple y puro miedo. Una parte importante de la población sigue pensando que todo esto es una crisis más, incluso una crisis sistémica, pero una crisis de la que saldremos para seguir como antes. No es verdad. No lo es en lo económico y no lo es en el asunto que nos ocupa, lo político. El mito de la transición se ha derrumbado; el contrato social está roto; la base cultural del régimen es de cartón piedra y la Monarquía no sobreviviría a una consulta. Hay que ganar tiempo. Hay que evitar sobresaltos que contribuyan a acelerar el proceso; por ejemplo, un referéndum sobre la reforma de una Constitución.

Durante los cinco minutos que fueron treinta, la España de mañana se manifestaba en la calle contra la España atada al franquismo y contra una forma despreciable de hacer política. Las derechas saben mucho de lo primero y los socialistas de lo segundo, como han demostrado al anteponer la disciplina de partido a los intereses de los españoles. Ellos sabrán. Por delante, tenemos un camino difícil que los compañeros de IU, BNG, ERC y NaBai, los únicos que han actuado con dignidad, facilitarían si tomaran la decisión que corresponde: abandonar el Parlamento. No durante unas horas, sino hasta las próximas elecciones. La calle estaría con ellos, el 15M estaría con ellos y PP y PSOE tendrían exactamente lo que se han buscado.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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