La narración · 17 de enero de 2012

En la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense se cumple un minuto de silencio. Es un acto de homenaje a los hombres y mujeres que lucharon y murieron por la democracia. No hay personalidades del Estado; el Estado no tiene lágrimas ni reconocimiento para ellos; los gastó ayer con un verdugo al que llamó padre de la Constitución en un resumen del tipo de Constitución que tenemos desde 1978. Cuando el acto concluye, se recuerda que el verdugo también fue profesor de esa Facultad y que tuvo que dejar las clases porque sus alumnos sabían lo que realmente era, padre de la dictadura y responsable directo de varios asesinatos.

Horas antes, a poca distancia, el rey y los presidentes de esa misma Constitución posaban para una fotografía. En la Sala de Columnas del Palacio Real se había concedido la condecoración más importante de la Corona, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro. No importa a quién. Allí estaban todos salvo el difunto Calvo-Sotelo, encantados de ser lo que son y de participar en una reiteración particularmente cínica de sus lealtades y objetivos políticos, porque el lugar elegido, en apariencia inocente o al menos carente de intención añadida, era otro paso hacia la destrucción de la causa republicana. La Corona no había utilizado el Palacio Real para esos fines desde abril de 1931, desde que la República puso fin a los desmanes de Alfonso XIII.

Mientras reunimos fuerzas para sobrevivir otro día y plantar cara, los responsables de esta crisis y de las estructuras que nos oprimen se dedican a afianzar sus símbolos. Lo hacen con la coartada del respeto: el fallecimiento de un ministro de Franco. Con la coartada del protocolo: la continuidad de los borbones. Con la coartada de la ley: el juicio contra quien se atrevió a juzgar el franquismo y, en consecuencia, la base legal de la monarquía. A diferencia de tantos de los nuestros, saben que un país es una narración. 17 de enero, normalidad. O 17 de enero, principio de la ofensiva fascista que en 1937 terminó con la caída de Málaga y el exterminio de miles de personas.

Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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