Hasta aquí · 31 de enero de 2017

Llega alguien y dice, por el gran sistema de distribución: «Hasta aquí hemos llegado». Y habla de trazar una raya, una línea de defensa, un antes y un después colectivos. Y está bien que lo diga, porque hay muchas cosas que exigen de un «hasta aquí». Y en algún momento habrá que decirlo, cómo no.

Pero, ¿qué ocurre cuando ese «hasta aquí» no es nunca de los hasta aquí realmente excluidos ni responde verdaderamente a sus urgencias? ¿Qué ocurre cuando es un «hasta aquí» pegadito al interés (económico, cultural, emocional, hasta ornamental) de sectores elitistas o, grosso modo, acomodados? ¿Qué ocurre cuando coincide sistemáticamente con el «hasta aquí» de los medios de comunicación (lo que ellos marquen, cuando ellos lo marquen, en la dirección que marquen y sólo mientras lo marquen)? ¿Qué vale entonces el concepto de lo colectivo al que se apeló en origen? ¿Qué credibilidad tiene ese «hasta aquí»? ¿Qué cantidad de hartazgo provoca? ¿Cuánto tiempo puede engañar? ¿Quién se abstendrá más tarde o más temprano de presentarse en la raya, la línea de defensa y el antes y después de semejante fraude?

Son preguntas que se oyen todos los días en las calles de nuestros países. Y menos mal que hay calles, porque su «hasta aquí» no tiene acceso al gran sistema de distribución. Y en algún momento llegará la factura, si no ha llegado ya.



Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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