Toro mata toro · 20 de julio de 2010

1. Se podría decir, por ejemplo, que es un destello rojo contra el cristal del agua, con luna arriba y noche de julio, treinta y tantos grados, en Madrid; pero le quedaría largo al asunto: guiri con gorra roja debajo de la cascada de la fuente de Plaza de España, donde varios guiris más, hasta un total aproximado de muchos, se remojan pies y pantorrillas, con y sin chancletas y todos, machos y hembras, de pantalón corto o bermudas. En el cesped, unos chavales tocan la guitarra y dos amigas sobrias compiten en desafinar. Incluso hay una paloma que no debería estar despierta a la hora de las brujas; va de aquí para allá con el pico abierto y provoca un entusiasmo extraño entre los guiris, que le arrojan migas de sándwiches. De fondo, la feria de este mes, Marisco de Galicia.

2. Cuando se trata de ir o volver por las calles de Malasaña, dejada atrás la brecha de Gran Vía, tiende a surgir un debate sobre el camino más recto. Lo de recto es vacile, porque puede ser más rápido, más fácil, más tranquilo, más exótico o más o menos tal o cual según lo que se busque, pero recto, no. En la madrugada del lunes al martes, lo que se busca es el camino menos tórrido, y esa ambición excluiría las mayores cuestas si no fuera porque algunas coinciden con las preferencias del viento, que como bien sabemos, no sopla ni en todo el laberinto ni de la misma forma. Una vez, en una situación parecida, pero de día, en el bulevar de Vallecas y en 1981, hubo quienes puestos a elegir por cosas del calor y de los caminos, terminaron participando en una invención, la famosa Batalla naval que se celebra desde entonces y que cuenta desde el año 2001, aunque de eso ya no sé nada, con su propia cofradía marinera. No es la correlación de fuerzas, damas y caballeros disfrazados de os y as, sino la rebeldía y la voluntad. También la necesidad, de la que ustedes carecen.

3. Toro mata toro. Fue el sábado, en la desencajonada de Valencia, y la escena se repite en el televisor de una casa con el balcón abierto, que da a calle peraltada: el número 70 y el 91 de la ganadería de Valdefresno se embisten en el ruedo; el 70 se levanta y empitona una y otra vez a su hermano de camada, hasta acabar con él. Nada nuevo; se vio ayer durante el café de la tarde. Pero ahora, en plena noche, con el silencio, la imagen es más dura y casi más hipnótica. Me detengo y miro. Alguien aparece por Tesoro, se detiene y mira. Si fuera una grabación y la repitieran, seríamos multitud en cinco minutos; como no lo es, cada cual sigue su rumbo y la calle vuelve al vacío que, al menos teóricamente, tuvo antes.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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