Y aún es jueves · 25 de noviembre de 2010

La mano izquierda arrastra una maleta grande, llena de libros; la mano derecha, la estructura de un carrito de la compra sobre la que descansan varias cajas enganchadas con cinta de embalar. En total, vienen a ser setenta y cinco kilos mal distribuidos, además de los veinte o veintinco del macuto que lleva a la espalda. Pero tampoco es para tanto; ni él es frágil ni tiene que ir lejos, aunque empieza a estar cansado porque ya ha hecho dos viajes parecidos y porque las cuestas complican el trayecto.

Todo va bien hasta el primer giro, si se exceptúa el traqueteo de la maleta, que tiene una rueda rota. De repente, pasa de una calle vacía a una llena de coches y se ve obligado a elegir entre una de las dos aceras, es decir, franja llena de agujeros, desniveles, tapas metálicas mal colocadas, carteles de bares, cubos de basura y basura sin más o franja llena de agujeros, desniveles y tapas metálicas mal colocadas. Como es lógico, elige la segunda y avanza. Hasta el alcorque, concretamente. Que reduce la acera a medio metro. Y en mitad de ese medio metro, una pija modernoide de metro setenta tres, setenta y cuatro, con móvil en oreja.

-Disculpa, ¿podrías dejarme pasar?
La pija lo mira a los ojos y sigue hablando por el móvil con su interlocutor. Es sobre algo mega interesante ultra fascinante súper, algo con cultura, cultura, cultura, como corresponde a los engendros que van llenando el barrio.
-Disculpa, ¿podrías... ? –repite él.
La pija lo vuelve a mirar, pero no se aparta. Sigue impertérrita en mitad del medio metro, tan perfectamente consciente de que sólo tendría que retroceder un poco como perfectamente dispuesta a joder.
-Dis...
Él mira a un lado: no hay salida; es el lado de los coches. Mira al otro: no hay salida; es una pared. Si no quiere llevársela por delante, que es lo que habría hecho si la cosa ella hubiera sido cosa él, tendrá que darse la vuelta, volver sobre sus pasos, tomar otra calle y meterse cien metros más de viaje a cuenta de su espalda y de sus bíceps.

Ocurre durante uno de los segundos dedicados a tomar la decisión. La mano derecha suelta el carrito, la mano izquierda suelta la maleta, la mano derecha saca un paquete de tabaco, la mano izquierda localiza un encendedor, la mano derecha lleva un cigarrillo a la boca, la mano izquierda lo enciende y los pulmones, al fin, aspiran hondo y exhalan una nube de tabaco negro, el más negro del mercado, en la jeta de la pija modernoide. Con franqueza, él no tomó la decisión; aún estaba pensando cuando las manos, la boca y los pulmones, su cuerpo en suma, solventaron el problema. Ya lo decía Bertrand Russell: un cigarrillo me salvó la vida. Y aún es jueves.

Madrid, noviembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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