Cuando es presente · 17 de mayo de 2012

1. Junto al muro del Metro, en la salida de Tirso de Molina, un negro pega brochazos negros a una chaqueta. Parece pintura rebajada y no le está quedando mal. De vez en cuando, levanta la prenda, la mira y sigue. No presta atención a los curiosos, que enseguida encuentran algo más interesante: un furgón de antidisturbios, con la sirena encendida, se sube a la acera en un intento por escapar del atasco. El perro de dos sin techo se pone a aullar al furgón con casi el mismo tono de la sirena. En lo alto, un helicóptero se detiene en algún lugar entre la plaza y Sol. Todo es racaraca, sirena y aullidos. Nadie ríe.

2. Documentar la vida para cambiar la vida; más o menos, ése fue el trabajo de Lewis Hine (1874-1940). En el proceso, creó belleza y lo que con el paso del tiempo llamamos arte. Ayudó a muchos, contribuyó a impedir que muchos más sufrieran y terminó pobre y, según dicen, solo. La Photo League se encargó de salvar su legado hasta que el macartismo forzó su cierre con la famosa declaración de Angela Calomiris, informante del FBI y fotógrafa de animales; de allí pasó a la George Eastman House, que en febrero de este año prestó 170 de sus imágenes a la fundación de una compañía de seguros. «Quise hacer dos cosas: mostrar lo que había que corregir y mostrar lo que había que apreciar.» En Madrid, durante tres meses escasos, Lewis Hine nos habló de la vida que la élite expone cuando es pasado y destroza cuando es presente.

3. Como la cola de Doctor Cortezo, la de Corredera reúne a jóvenes, viejos, hombres, mujeres, inmigrantes, españoles, recién llegados al exilio de la calle y veteranos. Buscan comida. No tienen estómago para la paciencia que sistemáticamente piden los periódicos. Buscan comida y, si lo hubiera, trabajo y casa. A nadie se le ocurriría acercarse y regalarles un ramo de flores; tampoco hablarles del mañana; ni de respeto al Parlamento y al Consejo de Ministros. Por la acera contraria, la otra ciudad ha empezado a cambiar de actitud. Ya no esconde siempre la cabeza. Pero no faltan miradas, sino puños.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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