Si insisten · 16 de abril de 2013

Por dentro, Madrid es de puestas de sol. Horizontales en el XVII, en el XVIII, en el romanticismo y verticales en el progreso del XX, que se detiene en las fachadas de la Gran Vía. En circunstancias adecuadas, se puede salir de una y llegar a tiempo de otra; por ejemplo, dejar el caballo del Retiro, con los leones sobre la escalinata y las sirenas y presentarse en Debod o en la entrada de Sabatini. No son las mismas. No saben a lo mismo. Ni el espectáculo está siempre en la luz.

Sábado, 13 de abril. Han pasado muchos meses desde el último fin de semana de cielos despejados y calor. La ciudad sale a la calle; probablemente más que nunca, porque no hay dinero y porque hay ganas de olvidarlo todo durante unas horas. Es un acuerdo tácito. Por un día, somos la espalda en el césped, la guitarra en el muslo, botellas de agua, bicicletas, cañas, cafés con hielo, balones, disfraces, besos bajo Atenea con la Victoria de Samotracia en la mano izquierda, reflejos en el agua y por fin, el sol de oriente; millones de ojos que lo buscan y millones de ojos que lo cuentan después.

El alcance de un respiro es tan difícil de calcular como el aguante ante una presión continuada; a veces salta como un puño, a veces es un puño; pero sin hacerse ilusiones, sólo por la historia que «la sonrisa madrileña, levemente cínica, marcadamente irónica» contaba este sábado en una puesta de sol, se puede intuir. Antonio Machado escribió esas palabras en 1937. «Una sonrisa a pesar de todo.» Hasta en la guerra, si insisten.

Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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