La escena · 23 de diciembre de 2013

Será cuestión de perspectiva. Si digo que hombres hechos y derechos empujan y golpean a un par de chicas que, además, no les llegan ni a los hombros, y que actúan de esa manera en el centro de Madrid, en la plaza de Benavente, delante de docenas y docenas de testigos que no mueven un dedo por ayudarlas, seguro que a más de uno le hierve la sangre. ¿Cómo es posible? Llegados a ese extremo, no necesitamos lecciones de historia para entender la génesis del fascismo: está en el abuso del débil y, particularmente, en la pasividad de los testigos. Pero si digo que esos hombres hechos y derechos son policías, la palabra fascismo desaparecerá de la cabeza de los biempensantes y, con ella, la voluntad de haber ayudado a las dos chicas.

La ley es la ley. No conviene estar en contra de la ley, ni siquiera cuando es la ley de unos pocos. Además, ¿adónde llegaríamos si rompemos el monopolio estatal de la violencia para ayudar a dos personas que no se pueden defender? Para eso están los tribunales. Ellos impartirán justicia. Y sin llegar a los tribunales, también están los mandos y los responsables políticos de las fuerzas de orden público, que sabrán castigar a los agresores y tirar las manzanas podridas, ¿verdad? Pues no. Como demuestra la experiencia de estos años, ni los tribunales imparten justicia ni se puede esperar justicia de mandos y responsables políticos. Han destrozado el concepto de la ley como pacto democrático de convivencia y, al destrozarlo, cualquier escena como la del centro de Madrid ha pasado a ser, simplemente, sin atenuante alguno, fascismo en la agresión y fascismo en la pasividad.

Madrid, diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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