Cabrones · 9 de mayo de 2014

Un tipo sale de un portal con un sobre en la mano y, a continuación, saca un encendedor y le prende fuego. Pero las llamas no se ven demasiado al sol de la tarde, hecho que quizás explica el desinterés absoluto de las tres o cuatro personas que pasan por la acera hasta que el fuego se cansa y se apaga. Era propaganda electoral. Un rectángulo blanco con un puñito y una cosa. Menudos cabrones.

No es que el tipo esté de mal humor; a decir verdad, se alegra de poder descansar unos minutos y tener para tomarse un cortado. Saluda al vendedor de películas, se sube a un banco y mira hacia el lugar donde está la cafetería. Lo que realmente le apetece es dar vueltas sobre ese banco y recitar el libelo 39 barra 2 que ha escrito esa misma mañana tras leer la prensa y que, como de costumbre, ha destruido después. Desde su punto de vista, nada es más acorde al tiempo de su país que esos ramalazos de bufón sin festejo, sin intención de agradar a nadie y, por extraño que parezca, sin ganas de llamar la atención.

Los restos del sobre caen al suelo como caen los trozos de papel, inapetentes. El tipo los mira, baja del banco, dobla la espalda, los recoge y los deja encima de la papelera porque está llena de basura. Menudos cabrones; no son los únicos, pero menudos igual. De camino al cortado, también saluda al viejo cada vez más mugriento que siempre está solo y al grupo de precarios con bandeja de servir. Seguro que alguno comparte su opinión.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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