Pato · 16 de junio de 2014

4.300 policías nacionales, casi 2.700 guardias civiles y —lo doy por sentado, aunque no aparezca en las noticias— todo el cuerpo de policía municipal de Madrid. ¿Para qué? Para «garantizar la seguridad y normal desarrollo» de la coronación de Felipe VI en una jornada donde, por lo demás, se han prohibido las manifestaciones. ¿De qué tiene miedo el nuevo rey? Descartada la amenaza terrorista, de que no lo llamen guapo. O tal vez, de que aparezcan algunos chicos con la tricolor, ese «símbolo de perdedores» para los nuevos filósofos posmodernos, y pongan un poco de dignidad.

Madrid es grande y siempre hay quien intenta lo imposible; pero, dicho esto, que nadie espere milagros simbólicos. Los listos de ayer y de hoy se han vuelto a sus cuarteles y han restado fuerza por la base a unos movimientos que nunca anduvieron sobrados. A la mayoría de ustedes, eso les sonará a chino; sólo ven el desenlace final de las protestas, no su organización ni quién está y quién falta ni por qué. Como mucho, a veces, les llega quién paga el pato. Y si se prestara suficiente atención y no hubiera tanto adicto a los espejos de colores, ya se sabría que aquí no pasa nada porque la cantidad de gente comprometida en que pase algo es, además de pequeña, la cantidad más o menos exacta de los que pagan el pato sistemáticamente.

Sin ánimo de repetirme, empezaré a creer que las cosas han cambiado para mejor cuando el cuac, cuac se pague, por lo menos, a escote. Yo no lo he visto nunca. Tampoco lo veo ahora. Por suerte, el mundo es grande y siempre hay quien intenta lo imposible. Ésa es la parte buena; la mala, que —si esto sigue así—, un día conseguiremos cazar al rey que fue príncipe de todos los patos y en lugar de tener la República de todas las fiestas, nos pasaran la reina de todas las facturas. ¿Qué se hace entonces? Seguir, qué remedio.

Madrid, junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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